La psicología de Renata Zarazúa: la mente que venció a una Top Ten

 

Nueva York. — En la catedral del tenis estadounidense, Renata Zarazúa, de 27 años, rompió una de las barreras más pesadas del deporte mexicano: derrotar a una Top Ten mundial. Su triunfo ante Madison Keys, sexta del ranking, con parciales de 6-7, 7-6 y 7-5 tras más de tres horas de batalla, no solo es un resultado histórico. Es, sobre todo, la muestra de que en el alto rendimiento la mente es el arma decisiva.

Porque la historia podría haber terminado en el primer set, cuando la mexicana cedió en un tiebreak que parecía inclinar el partido hacia la lógica del ranking. Sin embargo, la psicología competitiva de Zarazúa emergió como un factor diferenciador: no se derrumbó ante la adversidad, sino que la utilizó como combustible.

El segundo set fue un examen de paciencia y temple. Con la presión del público y la fuerza de una rival local, Zarazúa eligió la herramienta mental que distingue a los atletas de élite: la capacidad de sostenerse en el presente. Punto a punto, respiración tras respiración, no se dejó arrastrar por el error ni por la ansiedad del desenlace. Allí se vio la madurez de una deportista que entiende que el control interno es tan importante como la potencia de un saque o la precisión de un revés.

En el tercer set, con las piernas pesadas y el cansancio acumulado, apareció otro componente clave: la resiliencia psicológica. La mexicana convirtió el desgaste físico en un desafío mental. Mientras Keys mostraba signos de frustración, Zarazúa desplegó un lenguaje corporal firme, confiado, capaz de enviar un mensaje silencioso pero poderoso: “aquí sigo, no me voy a romper”.

Más allá del resultado, este partido obliga a la reflexión sobre el tenis y el deporte mexicano. Durante décadas, los atletas nacionales han convivido con la sombra del “casi”: llegar lejos, competir con dignidad, pero no dar ese salto que se escribe en la historia grande. Zarazúa acaba de demostrar que ese límite no es físico ni técnico, sino sobre todo mental.

Su victoria en Nueva York es una metáfora: México tiene talento, pero necesita entrenar la psicología de la excelencia. Porque el talento abre la puerta, pero es la mente la que sostiene el paso frente a la presión de la élite.

En la noche en que venció a Madison Keys, Renata Zarazúa no solo ganó un partido. Derribó una barrera cultural: la idea de que los mexicanos no pueden imponerse a las potencias en la cancha más grande. Con cada punto, con cada grito, dejó claro que la verdadera Top Ten no está en el ranking, sino en la mente que sabe resistir, creer y ejecutar en el momento decisivo.

 

Esa es la victoria más profunda.


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Entre la Diversión y la Competencia: El Dilema Oculto del Alto Rendimiento

 

El deporte de alto rendimiento, con toda su exigencia, es un escenario donde conviven emociones contradictorias: la presión por competir y el deseo de disfrutar. Este choque ha sido interpretado durante décadas como una dicotomía irreconciliable: o el atleta se entrega al rigor competitivo hasta el sacrificio total, o privilegia el gozo del juego sin alcanzar la excelencia. Sin embargo, esta aparente contradicción podría ser un espejismo generado por nuestros propios sesgos cognitivos.

Caemos con facilidad en el sesgo del resultado, reduciendo el valor del deportista a si gana o pierde; ignoramos el proceso formativo que lo sostiene. También incurrimos en el sesgo de supervivencia, pues solemos estudiar solo a los campeones olímpicos o mundiales, sin mirar a quienes, con igual esfuerzo y talento, no llegaron al podio. Y, sobre todo, nos dejamos atrapar por el falso dilema: pensar que diversión y competencia son fuerzas opuestas, cuando en realidad pueden coexistir en tensión creativa.

El destacado entrenador y metodólogo Tadeus Kevka  lo expresó con claridad: “El verdadero secreto del atleta de excelencia no está en sacrificar la sonrisa por la victoria, sino en sostener la chispa del juego dentro del fuego de la competencia.”

La investigación científica lo respalda. De acuerdo con la Teoría de la Autodeterminación de Deci y Ryan (1985), los atletas que sostienen una motivación intrínseca —disfrutar el entrenamiento, aprender de los errores, perfeccionar la técnica— muestran mayor resiliencia, menor desgaste y carreras más largas. En contraste, quienes dependen exclusivamente de la motivación extrínseca —reconocimiento, dinero, medallas— tienden a sufrir mayor ansiedad, burnout y abandono prematuro.

Este hallazgo conecta directamente con la diferencia entre objetivos de proceso y objetivos de resultado.

* Los **objetivos de resultado** se centran en ganar: ser campeón, romper un récord, vencer al rival. Son visibles, atractivos y motivadores, pero en gran medida están fuera del control del atleta.

* Los **objetivos de proceso** se enfocan en aquello que el deportista controla: ejecutar correctamente la técnica, mantener la atención plena, regular la respiración bajo presión, sostener la actitud competitiva durante todo el encuentro.

Cuando el atleta orienta su mente al proceso, ocurren dos fenómenos clave:

1. **Disminuye la ansiedad competitiva**, porque deja de luchar contra factores externos que no controla (el rival, el clima, las decisiones arbitrales).

2. **Se incrementa la sensación de disfrute**, ya que cada entrenamiento y competencia se convierten en oportunidades de aprendizaje y autoexploración, no en juicios definitivos sobre su valor personal.

El dilema puede ilustrarse con una analogía sencilla: **el arco y su cuerda**.

* Una cuerda floja no dispara: representa al atleta que solo juega sin disciplina ni exigencia.

* Una cuerda demasiado tensa se rompe: es el deportista que vive únicamente para el resultado, atrapado en la presión.

* La excelencia surge en la **tensión justa**, cuando el arquero se concentra en el proceso de apuntar y soltar, no en la obsesión por ver la flecha ya clavada en el blanco.

Esta mirada no significa restar importancia a los logros. Al contrario, revaloriza la competencia, pero desde una base sostenible. Como ha mostrado **Csikszentmihalyi (1990)** en su teoría del *flow*, el estado óptimo de rendimiento aparece cuando los desafíos son altos pero las habilidades también, y el atleta está plenamente concentrado en la tarea, disfrutando el proceso. El resultado, en esos casos, suele llegar como consecuencia natural.

El dilema entre diversión y competencia en el deporte de alto rendimiento no es real, sino un producto de nuestra manera de pensar. La clave para resolverlo no está en elegir entre uno u otro, sino en **cambiar el enfoque de los objetivos**. Los **objetivos de resultado** son importantes porque dan dirección y sentido, pero deben convivir con los **objetivos de proceso**, que sostienen la motivación, reducen la ansiedad y preservan el gozo del juego. Solo así el deportista puede vivir la competencia como un espacio de crecimiento y no como una condena.

Como decía Viktor Frankl, *“quien tiene un porqué, soporta cualquier cómo”*. En el deporte, ese “porqué” no puede ser únicamente la medalla: debe ser también el disfrute del camino, la mejora diaria, la sensación de que cuerpo y mente entran en sincronía. La excelencia, entonces, no surge de la renuncia al juego ni del sacrificio ciego, sino de la armonía entre rigor y disfrute. Porque sin juego no hay grandeza, y sin grandeza, la victoria es solo una medalla vacía.


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La Confianza en Exceso, un Enemigo que Juega contigo Pero en tu Contra.


 

En el deporte, hay rivales que se estudian en video, se analizan en pizarras y se enfrentan cara a cara. Pero existe otro, más sigiloso y traicionero, que no viste uniforme ni aparece en la lista de alineaciones: el exceso de confianza. Es un enemigo silencioso que se infiltra en la mente de los atletas cuando las victorias se vuelven costumbre y los aplausos empiezan a sonar más fuerte que las advertencias.

La historia está llena de favoritos que se desplomaron en el momento clave. Sucede en todas las disciplinas y en todos los niveles. El guion casi nunca cambia: el equipo o el atleta llega con un historial impecable, con la prensa augurando un resultado obvio, y con un rival que parece menor. Y ahí, en esa aparente certeza, se instala el virus de la relajación. Se entrena un poco menos, se concentra un poco menos, se corre un poco menos… porque “ya está ganado”.

Mike Tyson, el hombre que infundía miedo antes de lanzar el primer golpe, lo aprendió de la manera más dolorosa en 1990, cuando subestimó a Buster Douglas. La derrota no llegó solo por un golpe certero; llegó mucho antes, en los entrenamientos flojos, en la falta de preparación, en la confianza excesiva de quien cree que su nombre basta para ganar. La campana de esa noche en Tokio fue más que el inicio de un round: fue una lección universal para el deporte.

El exceso de confianza no siempre se nota como arrogancia. Muchas veces se disfraza de calma, de sonrisas en el calentamiento, de bromas en el vestidor. Y es peligroso porque adormece los reflejos y apaga la intensidad. El jugador que antes disputaba cada balón como si fuera el último, ahora deja pasar uno, y luego otro, convencido de que habrá tiempo para recuperarse. Pero en el deporte, el tiempo no se recupera.

Los psicólogos deportivos insisten en que la mejor manera de combatir este fenómeno es mantener la mente en modo reto. Los campeones no se conforman con ganar, buscan mejorar aun cuando ya van por delante. Messi entrenando bajo lluvia, Serena Williams repitiendo un saque una y otra vez, Novak Djokovic trabajando su concentración incluso después de un título… son ejemplos de que la excelencia no se alimenta de la fama, sino de la disciplina constante.

En el deporte, la confianza es necesaria, pero debe estar siempre acompañada de humildad competitiva. Porque el exceso de confianza puede ganar partidos en la imaginación, pero en la realidad, solo la preparación y la concentración los sellan en el marcador. La próxima vez que escuches a alguien decir “esto ya está ganado”, recuerda que los trofeos no se entregan antes del silbatazo final. Y que el rival más difícil no siempre está en frente… a veces está en tu propia cabeza.

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Pelea Mental Antes del Golpe: El Día que Ali Psicologeó a su Propio Equipo

 

Era la víspera de una de las peleas más esperadas del siglo. En un rincón, George Foreman, el invicto, el hombre con puños de acero, que había destruido a todos sus rivales con frialdad quirúrgica. En el otro, Muhammad Ali, el poeta del ring, el bailarín entre las sogas, el rebelde que hablaba tanto como golpeaba, aunque ahora, mientras se vendaba las manos, parecía hablar poco. Pero no por falta de confianza… sino porque estaba observando.

Miró a su equipo. Esos hombres que lo habían acompañado durante meses, afinando cada músculo, puliendo cada reacción, alimentándolo no solo de comida sino de horas de estrategia, de esfuerzo compartido, de fraternidad silenciosa. Y sin embargo, sus rostros eran pálidos, sus ojos huidizos, como si ya supieran el final de la historia.

“¿Por qué lucen tan asustados, como si fuera mi funeral? Yo soy el que va a pelear.” La voz de Ali, clara, sin ira, partió el aire con una mezcla de sorpresa y decepción. No estaba reclamando. Estaba despertándolos. Porque a veces, incluso los más cercanos pueden olvidarse del pacto: si entrenamos juntos, también creemos juntos. Ali no solo necesitaba una esquina que le pasara la toalla. Necesitaba corazones firmes que le devolvieran la mirada con fe.

“Se creyeron toda esa basura que decían sobre mí… sobre que me van a matar.”
Lo dijo casi con ternura. Sabía lo que el miedo hace en la mente: la infecta de lo ajeno. Los suyos habían dejado entrar el relato del enemigo, ese cuento de que Foreman era invencible, de que él, Ali, ya era un mito gastado. El problema no era Foreman. Era la rendición interna de su equipo. Y entonces, Ali hizo lo que hacen los grandes líderes: no se defendió. No suplicó. No se aisló. Reeducó. Se levantó como un psicólogo que conoce a su paciente y le dice: “Tú vales más que lo que te estás diciendo ahora.” Porque cuando alguien cercano deja de confiar en ti, muchas veces es porque ha dejado de confiar en sí mismo.

“Ustedes son mis amigos y me prepararon. El público nos espera.”
En esa frase estaba la clave de todo. Ali los regresaba al centro del escenario: nosotros. No yo. Los integraba. Les devolvía el protagonismo. Porque sabía que si la mente del equipo estaba vencida, esa emoción lo envolvería también a él al salir al ring. “Al demonio con Foreman y al demonio esas dudas de ustedes hacia mí.”

Ahí, con esa frase cargada de fuego, Ali rompió el hechizo. El miedo ajeno ya no tenía permiso de vivir en su espacio. Porque lo que estaba en juego no era solo una pelea, era la integridad de la creencia colectiva, la autoridad de la preparación, la dignidad del camino recorrido. ¿De qué sirve entrenar si al final no confías en lo que hiciste? “Si cuando salgamos y lo vean, sonrían y digan: ‘Ali es grande’.”

No era una orden de vanidad. Era un ritual psicológico. Una programación emocional para entrar con la actitud correcta. Sonreír, decir, creer… todo eso entrena el alma antes de que el cuerpo reciba el primer golpe. Era la forma de neutralizar la duda con acto simbólico. Porque el cuerpo sigue al lenguaje. Y el lenguaje edifica la emoción. “¿Creen que ganaré la pelea si salgo pensando como ustedes?” Esa pregunta los desnudó a todos. Porque Ali tenía razón: la mente anticipa lo que permite. Y si no se permitían la victoria, ni la imaginación, ni la táctica, ni el esfuerzo los llevaría a ella. Ganar empieza en el pensamiento, no en el golpe.

“Ustedes son los que me prepararon… pues confíen en ustedes. Y en especial, confíen en mí.” Ali les dio una última oportunidad. De recordar por qué estaban ahí. De volver a creer. Les tendió la mano sin rencor, como quien comprende que a veces, incluso los más fuertes necesitan ser recordados de su fortaleza.

Ese día, Ali no solo venció a Foreman. Venció a la narrativa del miedo, a la fragilidad emocional del entorno, a la presión mediática, a los fantasmas que sus propios hombres habían dejado entrar. Les devolvió la fe. Les recordó que no basta con hacer las cosas bien: hay que creer en lo que uno hace. Que si alguien va a la batalla por ti, lo mínimo es que creas que va a volver.

Y así, entre vendajes y miradas revueltas, se dio la verdadera victoria: la pelea mental antes del golpe.


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La Mentalidad de Alto Rendimiento en la Adolescencia


 Lía y Mía Cueva flotan unos segundos en el aire antes de zambullirse en el agua con la precisión de un reloj suizo. Son adolescentes mexicanas, hermanas, amigas y clavadistas. En el Mundial de Singapur 2025, conquistaron la medalla de bronce en la final de trampolín de 3 metros sincronizado. Pero su verdadero logro va más allá del podio. Su historia representa una respuesta viva y dinámica a una pregunta esencial que muchos entrenadores, familias y psicólogos deportivos enfrentan hoy:

La alta competencia deportiva se ha convertido en un sistema que exige precocidad. Atletas de élite emergen cada vez más jóvenes, enfrentando rutinas exigentes que demandan excelencia física, táctica, técnica y psicológica. Sin embargo, en medio de esta carrera por el rendimiento temprano, a menudo se olvida que el adolescente no es un adulto pequeño, sino un ser humano en plena formación. Su estructura psicológica está en construcción: identidad, autonomía, autoestima, propósito. Todo está en juego.

Desde la psicología del desarrollo, la adolescencia es un tiempo de crisis positiva. Las estructuras infantiles ya no sirven, y el adulto todavía no está formado. Hay un espacio de transformación donde el adolescente busca respuestas a tres grandes preguntas: ¿Quién soy? ¿Qué valgo? ¿Para qué sirvo? En este marco, introducir la mentalidad de alto rendimiento puede ser una herramienta valiosa si se hace de forma ética, consciente y progresiva. Pero también puede convertirse en una carga aplastante si se impone con los códigos del adulto competitivo y resultadista, sin respetar los tiempos psicológicos de maduración.

El proyecto deportivo de Lía y Mía fue cuidadosamente planificado por un equipo interdisciplinario que entendía la diferencia entre formar campeonas y formar personas que eligen competir con grandeza. El proceso partió de una base clara: el deporte no debía sustituir la vida emocional, social ni educativa de las adolescentes. Debía integrarse a ella como un componente significativo. Este enfoque permitió que sus entrenamientos fueran exigentes pero no tóxicos. Aprendieron a convivir con la disciplina sin perder la curiosidad ni la alegría. A diferencia de muchos otros proyectos centrados en el resultado, sus entrenadores y psicólogos comprendieron que la medalla era un efecto, no una causa. Lo primero era cultivar una relación sana con el deporte, el cuerpo, el error y la victoria.

Uno de los principales errores al trabajar con adolescentes en el alto rendimiento es fomentar una identidad rígida: “soy deportista y nada más”. Esto genera un desequilibrio peligroso: si fallan en el deporte, sienten que fallan como personas.

Otro gran error es usar recompensas externas como única fuente de motivación: aplausos, fama, becas, atención mediática. Si bien estas tienen un lugar, no deben ser el motor principal. La motivación más sostenible es la que nace de dentro: el placer por mejorar, el gozo del reto, la conexión con el cuerpo.

Lía y Mía fueron guiadas para encontrar ese tipo de motivación. Se les ayudó a convertir los entrenamientos en desafíos personales, no en pruebas para complacer a otros. De esta forma, cuando fallaban, no se hundían. Y cuando ganaban, no se perdían en el ego.

La presión en el alto rendimiento es inevitable. Pero no es lo mismo vivir bajo presión que vivir oprimido. Una de las competencias más importantes que desarrollaron fue la regulación emocional: aprender a respirar, soltar, observar sus pensamientos sin dejarse arrastrar por ellos.

En su entrenamiento mental, se les enseñó a vivir cada competencia como una oportunidad, no como un examen. A reconocer el nerviosismo como parte del juego, no como un signo de debilidad. Y sobre todo, a poner los resultados en perspectiva: un día malo no destruye su valor, ni un triunfo las convierte en invencibles.

El alto rendimiento en adolescentes no es una utopía ni una amenaza en sí mismo. Todo depende de cómo se transita. No se trata de bajar la exigencia, sino de elevar el nivel de conciencia. De entender que el cuerpo de un atleta puede rendir al máximo sin que su mente se rompa. De asumir que un deportista adolescente no está terminando su camino, sino apenas comenzando.

Lía y Mía Cueva demostraron en Singapur que se puede volar alto sin perder el alma en el intento. Su medalla de bronce no es solo un logro deportivo: es una lección ética, pedagógica y psicológica. Nos recuerda que el verdadero salto es interno: se trata de crecer, competir y aprender sin dejar de ser humanos.

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Benjamin Gil, Una Mentalidad Enorme


 

Cuando pensamos en figuras emblemáticas del béisbol mexicano, el nombre de Benjamín “Benji” Gil surge con fuerza. No solo por sus logros, sino por la historia que hay detrás de cada jugada, cada temporada y cada título. Para entender su grandeza en el deporte, es necesario asomarnos no solo a su habilidad con el bate o el guante, sino a la mente que lo acompañó durante más de dos décadas en la élite.

Desde joven, Benji no solo fue un jugador talentoso, sino alguien que sabía que el béisbol era más que un juego físico. Sabía que el verdadero desafío estaba en el equilibrio mental, en mantener la motivación día tras día, año tras año. La larga travesía de 21 años en el béisbol profesional no se sostiene solo con fuerza o destreza, sino con una resiliencia que se forja en el fuego de la adversidad. No hay carrera sin obstáculos: lesiones, derrotas inesperadas, cambios de equipo y la constante presión de rendir en escenarios donde el mínimo error puede costar caro.

Pero Gil encontró en esos retos una fuente de aprendizaje. Su mente, entrenada para recuperarse y adaptarse, construyó un camino donde cada dificultad era un peldaño para crecer. Su motivación no dependía exclusivamente de premios o reconocimientos, sino de una pasión intrínseca por ser mejor que ayer, por alcanzar la excelencia, sin importar las circunstancias. Esa fuerza interna lo llevó a ganar cuatro campeonatos en la Liga Mexicana del Pacífico, títulos en la Liga Mexicana de Béisbol y dos coronas en la prestigiosa Serie del Caribe.

El paso de los años trajo consigo un nuevo rol: de jugador a manager. Aquí, la psicología del deporte se manifiesta en otra dimensión. Gil comprendió que liderar un equipo no es solo dictar estrategias, sino inspirar, conectar y motivar. Como mánager, su éxito radica en su habilidad para comprender a sus jugadores, para manejar las emociones colectivas y crear un ambiente donde la confianza y la cohesión son la base del triunfo.

Dirigir a la selección mexicana en el Clásico Mundial de Béisbol representa un desafío inmenso, no solo técnico, sino emocional. Bajo el reflector internacional, con millones de expectativas, mantener la calma, tomar decisiones acertadas y contagiar seguridad es tarea de un líder con una fortaleza mental excepcional. Benji Gil encarna ese tipo de líder, capaz de transformar la presión en energía positiva, y el miedo en oportunidad.

Más allá de las estadísticas, lo que define a Gil es su capacidad para regular sus emociones, para no dejar que la ansiedad o la frustración dominen su juego. Esa estabilidad emocional se transmite a su equipo, generando un efecto multiplicador que fortalece la mentalidad ganadora colectiva.

Finalmente, la historia de Benjamín Gil es una lección viva de cómo el deporte exige más que talento físico. Requiere una mente entrenada para la perseverancia, el liderazgo y la autorregulación. Es la combinación de estas cualidades psicológicas la que ha forjado su legado, convirtiéndolo no solo en un campeón dentro del diamante, sino en un referente inspirador para todas las generaciones que sueñan con triunfar en el béisbol y en la vida.

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La Psicología del Puntero en un Equipo de Ciclismo de Ruta


 El ciclismo de ruta no es solo una prueba de resistencia física, sino un arte colectivo que combina estrategia, sacrificio y precisión mental. Dentro de la estructura de un equipo ciclista, el puntero —también conocido como líder de carrera o “capitán de ruta”— representa la figura clave, alrededor de la cual gira la estrategia del equipo. Más allá de su capacidad atlética, el puntero necesita dominar habilidades psicológicas altamente sofisticadas: autoconfianza inquebrantable, gestión emocional en momentos límite, liderazgo por influencia, tolerancia a la presión, y pensamiento estratégico en tiempo real. Este ensayo explora estas dimensiones psicológicas que construyen al puntero como figura mentalmente dominante en un deporte altamente colectivo y competitivo.

El puntero no siempre es el más rápido en un sprint ni el más explosivo en la montaña, sino el más inteligente psicológicamente en la toma de decisiones durante la carrera. Es quien entiende el ritmo, interpreta las condiciones del pelotón y visualiza los escenarios futuros en medio de la fatiga extrema. Esta anticipación estratégica requiere pensamiento flexible y una alta capacidad para procesar información bajo estrés, habilidades que la psicología del alto rendimiento entrena mediante técnicas de visualización, simulaciones de carrera, toma de decisiones en segundos y tolerancia a la ambigüedad.

La figura del puntero es la del líder silencioso, que debe demostrar fortaleza interna incluso cuando su cuerpo clama por detenerse. Su seguridad no solo le sirve a él, sino que se proyecta hacia el resto del equipo, que se motiva al ver a su líder firme en su objetivo. En psicología del deporte, esta autoconfianza se cultiva mediante el entrenamiento mental, la autoafirmación, la gestión del diálogo interno y el desarrollo de una identidad mental fuerte que no depende de los resultados sino del proceso.

Además, el puntero debe tener una capacidad superior para regular sus emociones. Saber cuándo atacar, cuándo contenerse, cuándo delegar, cuándo resistir la provocación de un rival, requiere más que piernas: requiere un dominio emocional aprendido. La técnica de mindfulness competitivo y el control de la respiración ayudan a mantener la mente centrada en el presente, sin que el miedo al fracaso o el deseo de gloria nublen el juicio.

En el ciclismo de ruta, el puntero no gana solo: necesita del gregario que le corta el viento, del compañero que va por agua, y del director técnico que da instrucciones. El puntero exitoso no impone su liderazgo; lo construye mediante la confianza mutua, la empatía táctica y la visión compartida del objetivo. En este sentido, su liderazgo se parece más al del director de orquesta que al del general militar.

 El puntero debe conocer a su equipo no solo físicamente, sino emocionalmente. Saber quién responde bien bajo presión, quién necesita un grito motivador, y quién se derrumba con el mínimo contratiempo. Esta inteligencia interpersonal es esencial, y se entrena con sesiones grupales de cohesión, comunicación no verbal y simulaciones bajo presión psicológica.

Pese a estar rodeado, el puntero también experimenta la soledad del liderazgo, especialmente en momentos donde debe decidir sin consultar, o sacrificar una victoria personal por el bien del equipo. En estos momentos, emerge una dimensión ética y psicológica: el sentido del deber por encima del ego. Esta dimensión está profundamente ligada al concepto de madurez deportiva y al desarrollo de una visión trascendente de su papel en el equipo.

Ser puntero en un equipo de ciclismo de ruta es ser un estratega, un líder emocional y un ejecutor bajo presión. Su mente es su arma más poderosa. La psicología del puntero no solo se entrena en el gimnasio o sobre la bicicleta, sino en el silencio de la visualización, en la práctica de la autorregulación, en el cultivo de relaciones humanas sólidas y en la capacidad de tomar decisiones éticas bajo fuego. El ciclismo, como la vida, premia a quien sabe mantenerse firme en la incertidumbre. Y es allí donde el puntero se hace leyenda.

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Aniversario 66 de la Arena Coliseo de Guadalajara y su Psicologia.

 

El reloj marcaba las siete con cuarenta y cinco de la noche el 24 de junio del 2025 cuando las luces del barrio comenzaban a encenderse una a una, como anunciando algo sagrado. Los puestos de tacos de birria, los elotes con chile en polvo y los vendedores de máscaras comenzaban a ocupar su lugar como cada martes. En las afueras de la Arena Coliseo de Guadalajara, el aire olía a nostalgia y a fiesta. Un niño de siete años, con su máscara de Místico mal ajustada, miraba hacia la entrada con los ojos bien abiertos. A su lado, su abuelo —el mismo que en los años setenta aplaudió a Ray Mendoza y gritó injurias al Perro Aguayo— le hablaba bajito, como si le contara un secreto: “Aquí no vienes a mirar. Aquí vienes a sentir.”

Y es que eso es lo que ocurre cuando se cruza la puerta de la Coliseo. No se entra a un simple espectáculo, se entra a un ritual.

Desde hace 66 años desde un 23 de junio de 1959, sin fallar ni una sola semana, esa arena ha sido el hogar del drama, el ring donde lo imposible se vuelve real, y donde el pueblo se vuelve protagonista. En tiempos de cambios tecnológicos, de redes sociales, en Guadalajara sobrevive una trinchera de la cultura viva: un cuadrilátero rodeado de gradas que vibran, sudan, gritan y se transforman.

Ahí está la señora de las primeras filas, la misma que siempre le grita “¡trácala!” al réferi. Está el señor de sombrero ancho, que aplaude con calma cuando el técnico remonta la lucha. Están los jóvenes con carteles improvisados y los niños que no saben bien si el rudo es bueno o malo, pero disfrutan cada instante. El público de la lucha libre en la Coliseo no es un conjunto de butacas ocupadas; es un organismo viviente, un alma colectiva.

Cada función tiene algo de teatro griego, de comedia popular, de épica callejera. Pero nadie necesita saberse los nombres de Aristóteles ni de Sófocles para entender lo que se siente cuando cae una máscara, cuando el réferi cuenta hasta tres y el héroe pierde injustamente.

Porque ahí, en ese instante, no solo se pierde una lucha, se revive cada injusticia de la vida, y al mismo tiempo se libera. Por eso se grita tanto. Por eso se aplaude hasta romperse las palmas. Es una catarsis, un alivio, un desahogo.

Inaugurada el 23 de junio en 1959, la Arena Coliseo ha resistido no solo el paso del tiempo, sino también los embates del olvido. Mientras otros espacios se remodelan hasta perder su esencia, la Coliseo guarda con dignidad sus muros con historia, sus gradas de concreto que han escuchado millones de gritos y su ring, donde cada cuerda parece tener memoria.

Ahí debutaron leyendas, se consagraron ídolos, se rompieron huesos, pero también se construyó identidad. No solo de luchadores, sino del público. De una ciudad. De un país.

Cada martes, cuando el presentador anuncia la primera lucha y el reflector cae sobre el ring, no solo comienza el espectáculo: comienza la ceremonia. El abuelo y el nieto se abrazan sin querer, el tambor suena como en un ritual africano, y el luchador vuela desde la tercera cuerda como si con su cuerpo nos dijera que aún podemos tocar el cielo.

La lucha libre en la Arena Coliseo de Guadalajara no se puede entender solo desde lo deportivo. Tampoco solo desde el entretenimiento. Hay algo más profundo. Un símbolo de resistencia cultural, de fuerza colectiva, de espíritu popular. En un mundo que se acelera y olvida sus raíces, la Coliseo sigue ahí, abriendo sus puertas cada semana, recordándonos que la emoción compartida aún tiene valor.

Hay quienes dirán que es un show, que todo está actuado. Puede ser. Pero que se lo digan al que llora cuando pierde su favorito. Que se lo digan al niño que salta de alegría cuando gana el técnico. Que se lo digan al abuelo que, en cada función, revive su juventud entre máscaras, cabelleras y sueños que no se rinden.

Porque al final, la Arena Coliseo de Guadalajara no es solo un edificio. Es un corazón latiendo fuerte. Y cada grito del público es una palpitación que dice: “Aquí estamos. Aquí seguimos. Y aquí seguiremos, por lo menos, otros 66 años más.”

 


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El triunfo de la Mente con Monterrey vs Manchester City

Aquella noche no era una más en el calendario del fútbol. No se trataba solo de un partido. Era un choque de mundos: Monterrey, con su corazón norteño lleno de historia local y lucha constante, contra el Manchester City, la maquinaria perfecta del fútbol moderno, dirigida por cerebros matemáticos y alimentada por millones de euros. La mayoría pensaba que sería una noche de supervivencia, no de competencia. Pero lo que ocurrió en la cancha rompió todo pronóstico y dejó claro un mensaje: la verdadera grandeza habita en la mente.

Monterrey había cambiado de entrenador semanas antes. Un hombre de perfil bajo, pero de mirada intensa y discurso inusual. Dominiq Torre no hablaba de líneas de presión ni de esquemas tácticos como si fueran fórmulas mágicas. Hablaba del alma, de la identidad, de los miedos no reconocidos y de la fuerza que nace cuando el jugador se siente parte de algo más grande que él. Decía cosas como: “No entrenamos para ganarle al City, entrenamos para nosotros ser mejores”

Los primeros entrenamientos bajo su mando parecían más sesiones de terapia grupal que prácticas de fútbol. En una ocasión, apagó todas las luces del vestidor y pidió a cada jugador que imaginara el momento exacto en el que enfrentara a De Bruyne, a Haaland, a Bernardo Silva… “¿Qué harás cuando lo tengas de frente? ¿Bajarás la cabeza o te acordarás de que tu historia también importa?”, preguntaba. Esa noche, varios jugadores salieron con los ojos húmedos. No por miedo, sino porque por primera vez en años se sintieron vistos como jugadores, no solo como piezas.

En la víspera del partido, el técnico no habló de cómo contrarrestar el juego posicional de Guardiola, el lo conocía ya qe había sido auxiliar por años de este gran DT. Habló de actitud. De convicción. De cómo mirar al rival a los ojos sin importar la diferencia de escudos. Y cuando salieron al estadio, con el murmullo internacional augurando una goleada, Monterrey caminó con el pecho firme, el mentón en alto y el fuego interno de quien sabe que no vino a sobrevivir, sino a competir.

Desde el primer toque de balón, se notó algo distinto. El City, acostumbrado a que los rivales se replegaran con miedo, se encontró con un Monterrey que presionaba alto, que pedía la pelota, que no dudaba en retar. No era arrogancia. Era preparación mental. Cuando Rodri intentó armar desde atrás, el joven mediocampista de Monterrey le robó el balón con firmeza. No tembló. Lo había hecho ya decenas de veces… en su mente.

En las gradas, los comentaristas intentaban explicar el fenómeno: “Monterrey está jugando sin complejos”, decían. Pero no entendían que no era un acto de improvisación o impulso. Era un proceso psicológico construido día a día, donde cada jugador entendió que la verdadera diferencia entre los grandes y los legendarios no está en la técnica –que ambos tienen– ni en la táctica –que ambos dominan–, sino en la capacidad mental para sostenerse en el abismo sin retroceder.

Incluso cuando el City anotó, Monterrey no se desmoronó. Se miraron entre ellos, respiraron profundo y reiniciaron. La mente no solo sirve para prepararte, también para reconstruirte en medio de la tormenta. Y Monterrey lo hizo

Y entonces ocurrió algo que pocas veces se ve: el City comenzó a incomodarse. No por el marcador, sino porque enfrente había un equipo que no jugaba como víctima, sino como igual. No era una cuestión física. Era mental. Cada duelo, cada segundo balón, cada corrida, estaba cargada de un significado que solo quienes han entrenado la mente comprenden: “Estoy aquí porque lo merezco. Estoy aquí porque me preparé. Estoy aquí porque ya jugué este partido mil veces en mi cabeza, eran las indicaciones del nuevo DT rayado.

Cuando el silbatazo final sonó, el marcador decía empate, pero el resultado real era otro: Monterrey había ganado el respeto del mundo, pero más importante aún, había ganado el respeto de sí mismo. Esa noche, los jugadores no necesitaron de una jugada mágica ni de un error rival. Lo que lograron fue consecuencia de algo mucho más poderoso: el dominio de su mente.

La historia la suelen escribir los vencedores. Pero hay noches en que la verdadera victoria se mide en cómo un equipo transformó su identidad, enfrentó sus propios temores y se permitió competir desde la grandeza interior. Monterrey no venció al Manchester City en el marcador. Lo venció en su miedo. Y ese triunfo, aunque invisible, vale más que mil títulos.

Porque como decía Sócrates, “la mayor victoria es conquistarse a uno mismo.” Y Monterrey lo hizo, en la cancha… y en la mente.

 

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Filosofía sin cancha: El rol de Imanol Ibarrondo en la Selección Mexicana y la crítica de Javier Aguirre

 

En el complejo entramado del fútbol moderno, los equipos nacionales buscan constantemente herramientas para optimizar el rendimiento colectivo, incluyendo el apoyo de expertos en psicología, liderazgo y cultura organizacional. En este contexto, el nombre de Imanol Ibarrondo ha resonado con fuerza en el entorno de la Selección Mexicana de Fútbol, no como preparador físico ni como psicólogo del deporte, sino como asesor filosófico y de liderazgo. Su presencia, sin embargo, ha despertado polémica, especialmente después del contundente comentario del exdirector técnico Javier Aguirre posterior al partido contra Suiza: “En la Selección no puede haber gente sin carácter, que se venga abajo tras un gol recibido” (ESPN, 2024). Esta frase, aparentemente dirigida a quienes no poseen las herramientas mentales adecuadas para sostener el alto rendimiento, encierra también una crítica velada a figuras como Ibarrondo, que sin formación específica en psicología deportiva, ejercen influencia sobre un equipo que compite en el más alto nivel.

Imanol Ibarrondo se presenta como un coach de liderazgo transformacional, con experiencia en el ámbito empresarial y deportivo, pero desde una perspectiva filosófica y motivacional. Su discurso se inspira en autores como Jorge Valdano, quien también transita entre el fútbol y la reflexión humanista, pero con la diferencia de haber sido jugador y técnico de elite. Ibarrondo, por el contrario, ha construido su figura más desde la retórica que desde la experiencia directa en la alta competencia futbolística. Su enfoque se basa en el autoconocimiento, la empatía, la vulnerabilidad como fortaleza y la creación de entornos de confianza (Ibarrondo, La primera vez que me metí en un vestuario, 2022), ideas poderosas pero también difíciles de aplicar sin el rigor metodológico que exige el deporte de alto rendimiento.

La crítica de Aguirre apunta a un problema de fondo: la falta de preparación profesional en psicología del deporte por parte de quienes influyen en la mente de los futbolistas. Un gol en contra no solo es un evento del marcador, es un golpe emocional y mental. Reaccionar con fortaleza ante la adversidad requiere habilidades entrenables, desarrolladas con base en evidencia científica, protocolos clínicos, y años de formación profesional. Según el Colegio Oficial de Psicólogos del Deporte en España, el trabajo del psicólogo deportivo incluye la preparación mental bajo presión, el control emocional, la concentración y la motivación específica para la competencia (COLEF, 2021). No basta con hablar de resiliencia o repetir frases inspiradoras. El fútbol de élite necesita profesionales de la mente entrenados específicamente para el entorno competitivo, no solo filósofos del balón.

Desde esta perspectiva, se abre una reflexión necesaria sobre la profesionalización del apoyo mental en los equipos nacionales. Ibarrondo puede ofrecer una visión interesante, incluso necesaria en algunos procesos de acompañamiento institucional, pero no puede ni debe ocupar el lugar del psicólogo deportivol que trabaja con herramientas evaluadas y adaptadas al alto rendimiento. La presencia de figuras como él puede tener valor en procesos organizacionales o en clubes con más tiempo de desarrollo, pero en torneos cortos, como una Copa del Mundo o la Copa Oro, se necesita impacto inmediato, precisión diagnóstica y entrenamiento mental dirigido a la acción competitiva, no a la contemplación filosófica.

Por otro lado, el perfil de Ibarrondo parece responder a una moda: el uso del fútbol como metáfora de la vida, y viceversa, para construir discursos aplicables al liderazgo empresarial. Esta corriente ha sido ampliamente explotada en conferencias, libros y consultorías (Valdano, Los 11 poderes del líder, 2010), y si bien tiene mérito en ciertos contextos, su efectividad en el vestidor, frente a jugadores que deben ejecutar con presión y urgencia, es cuestionable.

En conclusión, el fútbol mexicano necesita sumar talentos interdisciplinarios, pero con la preparación específica y validada en el entorno de competencia deportiva. La crítica de Javier Aguirre es más que una opinión: es un llamado a revisar la estructura de apoyo mental en la Selección Nacional. Personas como Imanol Ibarrondo pueden sumar si su rol es claro, complementario y no sustituye al del especialista. La excelencia en el fútbol no se improvisa, y la mente de un equipo no puede estar en manos de ideas bienintencionadas pero ajenas a la ciencia del rendimiento.


Fuentes:

  • ESPN Deportes (2024). Javier Aguirre critica falta de carácter en la Selección Mexicana.
  • Ibarrondo, I. (2022). La primera vez que me metí en un vestuario. Conferencia TEDx Donostia.
  • Valdano, J. (2010). Los 11 poderes del líder. Editorial Conecta.
  • COLEF (2021). Funciones del Psicólogo del Deporte. Consejo General de la Psicología de España.

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Isaac del Toro, Su Mentalidad y Fortaleza.

 

Participar en la Vuelta de Italia no es solo un privilegio, es un reto mental y físico de proporciones monumentales. Durante tres semanas, los ciclistas enfrentan montañas implacables, climas cambiantes, recorridos técnicos y jornadas interminables donde el cuerpo es puesto al límite. En este contexto, el desempeño de Isaac del Toro ha sido una muestra de fortaleza psicológica, inteligencia emocional y espíritu colectivo. Su actuación no solo confirma su nivel como ciclista de élite, sino también como un referente del trabajo mental bien canalizado en el deporte.

Desde la primera etapa, Isaac demostró que su preparación no se limitaba a las piernas. En cada jornada, supo administrar su energía con inteligencia, mantenerse concentrado en medio del caos del pelotón y responder con determinación a los ataques estratégicos de sus rivales. Durante las durísimas etapas de alta montaña en los Dolomitas, donde la altitud y el agotamiento amenazan incluso a los favoritos, fue su fortaleza mental la que marcó la diferencia: visualizó cada subida como una meta intermedia, controló su respiración y mantuvo el enfoque en su propio ritmo, sin dejarse llevar por la presión del entorno.

La Vuelta de Italia es también una prueba contra uno mismo. Lluvias torrenciales, temperaturas extremas, caídas y errores mecánicos forman parte del día a día. Isaac se mantuvo firme mentalmente incluso cuando las condiciones parecían desfavorables. No se dejó dominar por la frustración ni por el miedo, sino que reafirmó su compromiso con cada kilómetro. La capacidad de regular sus emociones, de manejar la fatiga psicológica y mantener la motivación interna día tras día, fue la clave que le permitió terminar en posiciones destacadas, e incluso protagonizar escapadas valientes que inspiraron a muchos.

Pero Isaac no pedaleó solo. La Vuelta de Italia es también una obra colectiva, y el equipo que lo rodeó fue fundamental en su rendimiento. Desde el gregario que lo arropó en el viento, hasta el compañero que marcó el ritmo en los ascensos decisivos, cada integrante del equipo jugó su papel con precisión y generosidad. Esa confianza construida fuera de carrera —en hoteles, cenas, entrenamientos y reuniones tácticas— se transformó en una sincronía impecable sobre la bicicleta.

Isaac encontró en su equipo un respaldo emocional clave. En los días duros, donde el dolor físico se vuelve insoportable, fue la voz del compañero, el gesto del mecánico o el mensaje de apoyo desde el coche lo que renovó su energía. Esa dimensión psicológica colectiva, muchas veces ignorada por el público, es uno de los factores invisibles que sostienen la grandeza de un ciclista en pruebas por etapas.

 Nada de esto habría sido posible sin la visión y el liderazgo del entrenador de Isaac. Su labor no se limitó a diseñar estrategias o distribuir cargas de entrenamiento: fue un auténtico arquitecto emocional, capaz de sostener al grupo en la adversidad y de construir mentalidades resilientes. En La Vuelta, el entrenador supo cuándo exigir, cuándo calmar, cuándo corregir, y sobre todo, cuándo confiar.

Gracias a una preparación mental integral, el entrenador trabajó con Isaac aspectos como la visualización de escenarios difíciles, la aceptación del dolor como parte del proceso y la capacidad de reponerse mentalmente tras una etapa desafortunada. Con él, Saúl no solo entrenó su cuerpo, sino que fortaleció su espíritu competitivo.

En La Vuelta de Italia, Isaac del Toro no solo recorrió miles de kilómetros de asfalto: recorrió también una travesía interna, una vuelta a sus propios límites mentales. Con una mente entrenada, un equipo comprometido y un entrenador con visión humana, Isaac mostró que, en el ciclismo moderno, la cabeza vale tanto como el corazón y las piernas. Su desempeño es una lección para quienes creen que la victoria está solo en los podios: muchas veces, la victoria real se encuentra en la capacidad de resistir, crecer y seguir pedaleando, incluso cuando el cuerpo dice que no y la mente responde que sí.


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El Juego Mental de la Remontada: Trabajo Psicológico de Leones Negros en la Final de Ascenso

En el fútbol moderno, donde las diferencias físicas y tácticas son mínimas, la dimensión mental se convierte en el factor determinante para alcanzar el éxito. En una final de ascenso, donde las emociones están a flor de piel, la mente de los jugadores es el verdadero campo de batalla. Leones Negros, al ir perdiendo 2-1 frente a Tampico en el marcador global, necesita más que motivación: requiere un trabajo psicológico estructurado, profundo y estratégico que permita la remontada no solo desde lo táctico, sino desde la convicción interna de cada futbolista.

Estar abajo en el marcador en una final genera ansiedad, desesperación y temor al fracaso. Por ello, el primer paso del trabajo psicológico debe centrarse en el control emocional. El equipo debe asumir la presión no como un peso, sino como una oportunidad histórica. Técnicas como la respiración diafragmática entre jugadas, anclajes mentales positivos y rutinas preestablecidas de concentración deben estar incorporadas en cada jugador.

Ejemplo: El arquero, figura clave en los momentos de tensión, puede practicar una rutina de enfoque previo a cada saque de puerta, visualizando una atajada decisiva como ancla de confianza, y reforzando verbalmente con un "yo controlo mis acciones".

La motivación que nace del deseo de ascenso debe ser transformada en una causa compartida. No se trata de "ganar por mí", sino de "subir juntos". El entrenador y el psicólogo deportivo deben encender la identidad colectiva del equipo, recordándoles el camino recorrido, las adversidades superadas y lo que representa vestir la camiseta universitaria.

Ejemplo: Una charla emocional antes del partido, proyectando imágenes del equipo cuando estuvo al borde de la eliminación y logró revertir la situación, acompañada de frases de líderes como "Este grupo ya sabe cómo hacer historia", puede elevar el compromiso emocional de cada jugador.

La visualización es una herramienta psicológica poderosa. Leones Negros debe ensayar mentalmente el partido ideal: los movimientos sincronizados, el gol del empate, el festejo de la remontada. Este entrenamiento mental programa al cerebro para anticipar el éxito, no el fracaso. Ejemplo: Durante las concentraciones previas, cada jugador puede cerrar los ojos por cinco minutos, visualizar cómo se perfila para el pase clave, cómo recibe con seguridad, cómo festeja con sus compañeros el 2-2 y luego el 2-3 Ese ensayo mental construye confianza y reduce la incertidumbre.

Una distracción puede costar el ascenso. El trabajo psicológico debe entrenar a los jugadores para no anticipar el resultado final ni lamentarse por el marcador adverso. El enfoque debe ser jugada por jugada, minuto a minuto. Se requiere fortalecer la atención-concentración con ejercicios de mindfulness adaptados al deporte. El capitán puede aplicar una técnica llamada "reset", tocándose una muñequera con un color especial para regresar al presente cada vez que detecte pensamientos negativos o exceso de futuro en sus compañeros.

El trabajo psicológico también debe identificar a los líderes silenciosos del equipo: aquellos que contagian energía, serenidad o rebeldía deportiva. No siempre el liderazgo recae en el más veterano; a veces, un joven con mentalidad fuerte puede convertirse en el motor emocional del grupo. Ejemplo: Si el lateral derecho es un jugador que nunca baja los brazos y tiene buena comunicación, se le puede encomendar la tarea de levantar emocionalmente a sus compañeros después de una falta no marcada o un error defensivo, con frases como “nos toca responder, no quejarnos”.

El marcador 2-1 a favor de Tampico no define la serie: define el reto mental que Leones Negros debe superar. La preparación psicológica de este equipo debe estar orientada a dominar las emociones, elevar la motivación grupal, construir confianza a través de la visualización, mantener la atención absoluta en cada instante y consolidar liderazgos que dirijan desde adentro. En el fútbol, como en la vida, no gana el que no cae, sino el que sabe levantarse. Y para levantarse, se necesita una mente entrenada para la excelencia.

 

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Una Mente Fuerte Cría Otra Mente Fuerte: Homenaje a la Fuerza Silenciosa de las Madres


 

Hay una verdad que trasciende culturas, épocas y disciplinas: solo una mentalidad fuerte puede criar a otra mente fuerte. En el centro de esa verdad, inquebrantable e invisible a la vez, está la figura de la madre. No la madre idealizada, sino la real: la que lucha, cae, se levanta, educa, sueña por dos, y en su silencio moldea con firmeza la estructura emocional de quienes, algún día, aprenderán a enfrentar el mundo con dignidad, fortaleza y visión.

Las grandes historias de éxito, tanto en el deporte como en la vida, están llenas de mujeres que apostaron todo por sus hijos. No solo con sacrificios visibles, sino con decisiones invisibles que solo las madres saben tomar. Son ellas quienes siembran en sus hijos la primera semilla de la excelencia: la capacidad de levantarse cuando nadie los ve, de luchar incluso cuando nadie los aplaude.

Barack Obama dijo: “Lo que soy se lo debo a mi madre. Su fortaleza, su dignidad y su fe en mí fueron el fundamento de todo.” Y esta frase nos lleva a entender que detrás de cada mente resiliente, cada deportista que entrena bajo la lluvia o cada ser humano que enfrenta una pérdida sin rendirse, hay una madre que supo enseñar que el dolor no destruye, solo forma.

La madre es la primera entrenadora mental. Ella no solo alimenta el cuerpo, sino también el espíritu. Es quien enseña con ejemplos más que con palabras. Es quien dice "sigue adelante" mientras seca una lágrima. Es quien enseña a no huir del miedo, sino a mirarlo de frente. Como dijo la escritora Dorothy Canfield Fisher: “Una madre es una persona que al ver que solo hay cuatro piezas de pastel para cinco personas, dice que nunca le ha gustado el pastel.” Esa es la mentalidad de fortaleza: la que prioriza, enseña con amor y modela con coherencia.

En el deporte, los entrenadores hablan de disciplina, los psicólogos de resiliencia y los líderes de carácter. Pero muchas veces, esas cualidades fueron sembradas mucho antes, en la infancia, por una madre que no permitió que su hijo o hija se rindiera. Que enseñó que el respeto empieza en casa, que el talento sin valores no sirve, y que la grandeza nace en los detalles cotidianos.

Una madre con mentalidad fuerte no sobreprotege: guía. No resuelve por sus hijos: forma. No evita el dolor: enseña a trascenderlo. En el deporte de la vida, es la que da el primer pase, el primer consejo, el primer "yo creo en ti". Como dijo Carl Gustav Jung: “La mayor influencia en la vida de un niño es la vida no vivida de sus padres.” Por eso, una madre que trabaja en su propia fortaleza emocional, que se supera, que no se victimiza, sino que actúa, es el mejor legado que un hijo puede recibir.

En un mundo que busca fórmulas para el éxito, quizá la más profunda y olvidada es esta: criar con propósito. Y nadie lo hace mejor que una madre decidida a formar seres humanos íntegros. Porque cuando una madre se fortalece, su hijo crece en cimientos sólidos. Cuando una madre se educa, su hijo aprende a razonar. Y cuando una madre se ama, su hijo aprende a amarse a sí mismo, y eso, es la base de toda excelencia.

Este Día de las Madres, celebremos no solo a quienes nos dieron la vida, sino a quienes nos enseñaron a vivirla con fuerza, sentido y pasión. A esas mujeres que no necesitaron trofeos ni reflectores para ser campeonas. A ellas, todo honor.

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Las Cicatrices del Alma y la Vida, como en la Competencia merecen respeto.


 

La vida como en la competencia deportiva, con su ritmo impredecible, nos hiere. No con la intención de destruirnos, sino con la misteriosa misión de forjarnos. Cada herida que deja su marca en nuestro cuerpo o en nuestro espíritu no es simplemente un rastro del dolor pasado, sino la prueba viva de que hemos sobrevivido. Las cicatrices emocionales o fisicas, entonces, no deberían avergonzarnos. Al contrario, son medallas silenciosas que confirman que fuimos capaces de soportar lo insoportable y seguir adelante.

"Las cicatrices son la costura de la memoria", escribió Jeanette Winterson. Esta frase nos invita a mirar nuestras marcas internas no como defectos, sino como narraciones escritas en nuestra piel y en nuestra alma. No hay persona que no haya llorado, perdido, dudado o caído. Pero tampoco hay verdadera madurez sin haber atravesado esos pasajes oscuros. Nuestras cicatrices hablan de lo que nos rompió, pero también de lo que logramos reconstruir.

Hay quienes esconden sus cicatrices por miedo al juicio o a la tristeza. Pero es solo cuando abrazamos nuestra historia completa —con sus luces y sombras— que comenzamos a amarnos de forma íntegra. El verdadero amor propio no nace de la perfección o de los triunfos, sino de la aceptación. Como dijo Carl Jung: "No seremos transformados por la iluminación, sino al hacer consciente la oscuridad." Las cicatrices emocionales o fisicas son parte de esa oscuridad convertida en conciencia, y por lo tanto, en fortaleza.

El dolor, por más injusto que parezca, suele ser un maestro silencioso. A través de él aprendemos la paciencia, la compasión, la resiliencia y, sobre todo, la humanidad. Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto y autor de *El hombre en busca de sentido*, afirmaba que "el sufrimiento deja de ser sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido". En cada cicatriz puede haber un propósito: el de hacernos más sensibles, más conscientes, más vivos.

La cultura del bienestar nos empuja constantemente a mostrarnos bien, a ser exitosos y radiantes. Pero a veces, el mayor acto de valentía es mostrarse con todas las grietas, decir "esto también soy yo", y aun así amarse. Amarse con la herida abierta, con el recuerdo de lo que costó sanar. Como dijo Ernest Hemingway:"El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en esos lugares rotos."

No hay debilidad en quien ha llorado y se ha levantado. No hay vergüenza en quien ha perdido algo o a alguien y aun así continúa. Las cicatrices no piden lástima, exigen darnos  y pedir respeto. Porque en cada una de ellas hay un relato de supervivencia, un testimonio de que el alma, por rota que esté, sigue siendo digna de amor.

Hoy más que nunca, necesitamos una cultura que celebre las cicatrices. Que reconozca que sanar no siempre significa volver a ser como antes, sino convertirse en algo más fuerte, más auténtico, más compasivo. Y que el amor propio comienza cuando dejamos de desear ser otra persona u otro deportista u otro resultado competitivo, y empezamos a honrar al guerrero que fuimos para llegar hasta donde nos encontramos aquí en esta vida..

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La Mentalidad de Alto Rendimiento en Adolescentes de Alta Competencia: El Caso de las Gemelas Cueva


 

En el exigente universo del deporte competitivo, alcanzar el alto rendimiento no depende únicamente del talento natural. Se necesita una mentalidad forjada en el compromiso, la resiliencia y la visión clara del propósito. Esta realidad se refleja en historias inspiradoras como la de las gemelas Cueva, dos adolescentes que, pese a su juventud, han demostrado lo que significa vivir con una mentalidad ganadora.

"La disciplina no se negocia cuando se tiene un sueño claro."

Desde muy pequeñas, las gemelas Cueva entendieron que competir no es solo medirse contra otras atletas, sino contra su propia versión anterior. La adolescencia es una etapa de transformación, donde la identidad, las emociones y la voluntad se entrecruzan. En ese contexto, mantener el enfoque es un acto de madurez anticipada. Ellas eligieron crecer desde el esfuerzo, no desde la comodidad.

"Mientras otras dudan, ellas ya entrenan. Mientras otras descansan, ellas repasan sus errores para mejorar."

La mentalidad de alto rendimiento en adolescentes implica entender que los momentos de presión no son obstáculos, sino oportunidades para demostrar carácter. El error no es fracaso, sino aprendizaje. Para las gemelas, el cansancio no es un freno, sino una señal de que se está avanzando.

El deporte exige renuncias, y para un adolescente, eso significa perder fiestas, redes sociales o tiempos libres. Sin embargo, quienes tienen una visión clara de lo que quieren, como las Cueva, no lo ven como pérdida, sino como una inversión en su futuro.

"Cuando tienes claro el ‘para qué’, el ‘cómo’ se vuelve soportable, y el ‘cuándo’ se llena de esperanza."

Formar adolescentes con mentalidad de alto rendimiento es una tarea integral. No basta con entrenar el cuerpo; es indispensable entrenar la mente. La autoconfianza, la regulación emocional, la visualización y el sentido de pertenencia deben estar presentes. Las gemelas Cueva no solo entrenan habilidades técnicas, sino que también fortalecen sus pensamientos, controlan sus emociones y desarrollan su liderazgo interno.

"No se trata solo de ganar competencias, sino de ganar carácter."

La adolescencia en el alto rendimiento es una escuela de vida. Enseña a tolerar la frustración, a lidiar con la incertidumbre, a valorar el esfuerzo silencioso y a disfrutar los frutos del trabajo invisible. Las gemelas Cueva, con cada entrenamiento, con cada victoria y cada derrota, construyen no solo su carrera deportiva, sino su temple como mujeres fuertes, seguras y determinadas.

"En un mundo que aplaude los resultados, ellas celebran el proceso."

En conclusión, fomentar una mentalidad de alto rendimiento en adolescentes como las gemelas Cueva no es solo un acto deportivo, es un acto educativo, formativo y profundamente humano. Es enseñarles a ver más allá del podio y a encontrar el valor en el camino recorrido. Porque, como ellas mismas dirían:

"No nacimos para competir entre nosotras. Nacimos para competir con nosotras mismas, todos los días."

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Psicologia de las Arbitras Asistentes en el Futbol


 

El arbitraje en el fútbol es una de las labores más exigentes dentro del deporte, requiriendo una combinación de habilidades técnicas, físicas y psicológicas para desempeñarse con excelencia. En los últimos años, la presencia de mujeres en esta área ha crecido significativamente, con árbitras asistentes incursionando en el fútbol varonil de alto rendimiento. Este avance ha sido posible gracias a su fortaleza mental, la preparación rigurosa y la capacidad de adaptación a un entorno altamente competitivo.

Para sobresalir en el arbitraje de alto nivel, las árbitras asistentes deben poseer una mentalidad enfocada en la precisión, la disciplina y la toma de decisiones bajo presión. Su trabajo consiste en evaluar jugadas en fracciones de segundo, determinar fueras de juego y colaborar con el árbitro central en la aplicación del reglamento. La carga cognitiva que implica esta labor requiere un entrenamiento mental constante, incluyendo el desarrollo de:

  • Atención y Concentración: La capacidad de filtrar distracciones y mantenerse enfocadas en el juego es fundamental. Un error puede ser determinante en el resultado de un partido.
  • Confianza en la Decisión: La convicción en cada marca realizada es crucial para proyectar autoridad y evitar dudas que puedan afectar el control del partido.
  • Manejo del Estrés: Enfrentar la presión de jugadores, entrenadores y aficionados, especialmente en estadios llenos, requiere una gestión emocional efectiva.
  • Resiliencia y Adaptabilidad: Superar críticas y demostrar capacidad en un entorno donde históricamente predominan los hombres es un desafío que exige determinación y fortaleza psicológica.

A pesar del crecimiento de la presencia femenina en el arbitraje, la inserción en la rama varonil del alto rendimiento ha implicado retos adicionales. En muchas ocasiones, las árbitras asistentes han tenido que demostrar su valía más allá de su preparación, enfrentando estereotipos y cuestionamientos sobre su capacidad para dirigir encuentros de gran exigencia física y mental. Sin embargo, su desempeño ha demostrado que el talento y la preparación son los verdaderos factores determinantes en el arbitraje.

La FIFA y diversas federaciones han promovido el desarrollo del arbitraje femenino, lo que ha permitido que árbitras asistan en torneos de la máxima categoría, como Copas del Mundo y campeonatos de ligas internacionales. Este avance no solo abre puertas para futuras generaciones, sino que también refuerza la idea de que la calidad del arbitraje no depende del género, sino de la formación y el compromiso.

Las árbitras asistentes en el fútbol varonil han demostrado que la excelencia en el arbitraje es una cuestión de preparación y fortaleza mental. Su presencia en la élite del deporte refleja no solo su capacidad para desempeñarse al más alto nivel, sino también su resiliencia ante los desafíos de un entorno altamente competitivo. Su labor continúa rompiendo barreras y contribuyendo a la evolución del arbitraje, consolidando un mensaje claro: en el deporte, la calidad y el profesionalismo están por encima de cualquier distinción de género.

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Psicologia del Deporte de los Clavados

El clavado es una de las disciplinas deportivas que requiere mayor preparación mental, combinando la precisión técnica con un control emocional absoluto. A diferencia de otros deportes, donde existe cierto margen de error, en los clavados cada pequeño detalle influye en la ejecución final. La seguridad en sí mismos, la fortaleza mental y la visualización previa al ejercicio son claves fundamentales en el éxito de los atletas que practican esta disciplina.

La seguridad es un factor esencial en el clavado. Un clavadista que duda antes de lanzarse desde la plataforma o el trampolín reduce su posibilidad de ejecutar un salto exitoso. Esta seguridad no es innata, sino que se desarrolla a través de la práctica, la repetición de movimientos y la confianza en su preparación. Los entrenadores y psicólogos deportivos trabajan en estrategias para reforzar la autoconfianza, como el uso de afirmaciones positivas y el entrenamiento en imprevistos para que el atleta esté preparado ante cualquier situación.

El clavado es un deporte de alta presión, donde los atletas deben ejecutar movimientos complejos en fracciones de segundo. La fortaleza mental es crucial para mantener la concentración y no sucumbir ante el miedo. La altura, la posibilidad de cometer errores o el juicio de los jueces pueden generar ansiedad, por lo que es vital el control de emociones y pensamientos. Técnicas como la respiración diafragmática, la meditación y el enfoque atencional ayudan a los clavadistas a mantener la calma y ejecutar con precisión.

Antes de cada salto, los clavadistas suelen cerrar los ojos y realizar una visualización mental de la ejecución perfecta del movimiento. Esta técnica, ampliamente utilizada en deportes de alto rendimiento, permite al cerebro ensayar el clavado sin necesidad de realizarlo físicamente. Estudios han demostrado que la visualización activa las mismas áreas cerebrales que la ejecución real, lo que mejora la confianza y la precisión. Además, reduce la ansiedad y ayuda a reforzar la memoria muscular.

Cada modalidad de clavados requiere ajustes psicológicos específicos. En el trampolín, la coordinación y la capacidad de aprovechar los rebotes del mismo son fundamentales. Los clavadistas deben confiar en su capacidad para calcular tiempos y alturas con precisión. En la plataforma, el factor de altura se convierte en un reto mental adicional, exigiendo mayor control del miedo y de la entrada al agua. Por su parte, los clavados sincronizados requieren, además de la seguridad individual, una conexión mental con el compañero para lograr una ejecución perfecta y armonizada.

El clavado es un deporte que desafía los límites físicos y psicológicos de los atletas. La seguridad en sí mismos, la fortaleza mental y la visualización son elementos esenciales en la preparación de los clavadistas, permitiéndoles enfrentarse a la presión, superar el miedo y alcanzar la excelencia en cada ejecución. A través de un entrenamiento mental adecuado, los clavadistas pueden dominar su rendimiento y lograr la perfección en cada salto.

 

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No se Trata de Motivacion, Sino de Codigos Mentales.


 

Durante años, el deporte de alto rendimiento se ha centrado en la motivación como un factor esencial para el éxito. Sin embargo, los avances en la psicología del deporte han demostrado que los atletas más exitosos no dependen exclusivamente de su deseo de ganar o de una mentalidad basada en objetivos externos. En su lugar, dominan lo que podría llamarse "códigos mentales": patrones internos de pensamiento y acción que les permiten generar conductas de éxito de manera consistente. Entre estos códigos destacan la combinación de visualización y actitud, que juntos conducen a un rendimiento deportivo extraordinario.

La teoría clásica del rendimiento se ha basado en la motivación como motor del éxito. Se ha insistido en la importancia del manejo de objetivos y la voluntad de ganar, pero la experiencia en el alto rendimiento ha demostrado que esto es insuficiente. El problema radica en que la motivación es volátil y depende de factores emocionales que pueden fluctuar en función de circunstancias externas.

Los atletas que han alcanzado la excelencia han trascendido este modelo y han desarrollado estrategias mentales más avanzadas. En lugar de basarse en la voluntad de ganar, han aprendido a manejar patrones cognitivos que facilitan la ejecución perfecta de sus habilidades. Esta evolución en la comprensión de la preparación mental ha llevado a la aplicación de códigos mentales que optimizan el rendimiento sin depender de estados emocionales fluctuantes.

Uno de los principales códigos mentales que han demostrado ser efectivos es la combinación de visualización y actitud. La visualización implica crear imágenes mentales claras y detalladas de la ejecución deportiva deseada, lo que permite al atleta anticipar y controlar su desempeño con mayor precisión. La actitud, por otro lado, se refiere a la predisposición mental y emocional que el deportista adopta antes y durante la competencia. Esta combinación genera patrones de conducta automáticos que favorecen la excelencia.

El efecto de estos códigos mentales se observa en atletas que han demostrado un dominio absoluto sobre su rendimiento. Casos como el de Armand Duplantis, Katie Ledecky y Léon Marchand son ejemplos claros de cómo el control de la mente supera la simple motivación.

El campeón mundial y récordista de salto con pértiga, Armand Duplantis, es un ejemplo paradigmático del uso de códigos mentales. Su capacidad para visualizar sus saltos antes de ejecutarlos le permite alcanzar alturas impensables. Duplantis no se enfoca en la motivación de romper récords, sino en reproducir un modelo mental preciso que dirige sus acciones. Esta programación mental reduce la posibilidad de errores y optimiza su rendimiento de manera constante.

Katie Ledecky, una de las nadadoras más dominantes de la historia, ha demostrado cómo la combinación de visualización y actitud genera desempeños extraordinarios. Antes de cada competencia, Ledecky visualiza cada brazada, cada giro y cada llegada con una precisión absoluta.

Léon Marchand, uno de los nadadores más prometedores del mundo, ha llevado el concepto de códigos mentales a un nuevo nivel. Entrenado bajo la filosofía de Michael Phelps y Bob Bowman, Marchand ha aprendido a utilizar la visualización para predecir y controlar su desempeño en la piscina. Su actitud mental, centrada en la excelencia técnica y no en la presión de la victoria, le ha permitido romper marcas y desafiar a los mejores nadadores del mundo.

La motivación para ganar ha sido superada como el principal motor del éxito en el deporte. Los atletas de elite han demostrado que el manejo de códigos mentales, como la combinación de visualización y actitud, es la clave para la consistencia y la excelencia en la competencia. Casos como los de Armand Duplantis, Katie Ledecky y Léon Marchand confirman que la programación mental es el nuevo paradigma del alto rendimiento.

El futuro del deporte ya no estará dominado por aquellos que simplemente desean ganar, sino por quienes han aprendido a codificar el éxito en su mente y convertirlo en una realidad tangible. En este contexto, la psicología del deporte debe enfocarse en desarrollar estrategias que optimicen estos procesos mentales, asegurando que los atletas no dependan de estados emocionales pasajeros, sino de estructuras cognitivas sólidas y replicables para el éxito sostenido.

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