Cuando el Error del Portero se Convierte en Marcador: Psicología y Resiliencia en el Fútbol
En el fútbol todos los jugadores pueden equivocarse, pero no todos pagan el mismo precio. Un delantero que falla un mano a mano puede recibir otra oportunidad al minuto siguiente, un mediocampista que entrega mal un pase puede recuperarlo unos metros adelante, incluso un defensa que pierde la marca tiene compañeros detrás que lo cubren. El portero, en cambio, no tiene red de seguridad: cuando falla, el error suele terminar en gol. Su equivocación queda registrada no solo en el marcador, sino en la memoria colectiva de la afición, en los titulares de prensa y, sobre todo, en su propia mente.
Kevin
Mier, portero de Cruz Azul, ha vivido esa experiencia. Algunos de sus errores
puntuales se han convertido en goles en contra, generando un ruido mediático
que no perdona. La crítica es inmediata, dura, y a menudo desproporcionada. Sin
embargo, lo verdaderamente interesante no es detenerse en el señalamiento, sino
comprender cómo un portero, en medio de ese torbellino emocional, puede manejar
su error en la cancha, cómo puede trabajarlo en los entrenamientos, y cómo el
grupo entero debe responder para que la herida no se extienda al rendimiento
colectivo.
Cuando
un portero comete un error en plena competencia, su primera reacción natural es
la frustración: bajar la cabeza, recriminarse a sí mismo, incluso mirar al
suelo buscando desaparecer. En ese instante se juega más que una jugada: se
juega su capacidad de reaccionar psicológicamente. La diferencia entre un
arquero que se hunde y otro que se repone está en la forma en que gestiona ese
minuto posterior al fallo. Algunos respiran profundo, levantan la cabeza y se
obligan a mantener el lenguaje corporal de confianza; otros utilizan frases
cortas para sí mismos, casi imperceptibles, que funcionan como un reinicio:
“voy por la siguiente”, “esto no me define”. El secreto está en no permitir que
la mente siga atada al error, porque el partido no se detiene y el siguiente
balón siempre llega. El reseteo mental es una herramienta indispensable: si el
portero no la aplica, arriesga su concentración durante todo el encuentro.
Ahora
bien, ese control no surge mágicamente en el estadio, sino que se entrena
durante la semana. El trabajo psicológico en entrenamientos es tan importante
como los ejercicios técnicos. No basta con repetir atajadas para perfeccionar
el gesto, se debe entrenar también la mente para enfrentarse al recuerdo del
error sin miedo. Los porteros que trabajan la visualización, por ejemplo,
reviven mentalmente jugadas similares a las que fallaron, pero imaginando la
respuesta correcta. El cerebro graba esas imágenes como experiencias reales y
construye nuevas rutas de confianza. También es necesario exponer al arquero en
situaciones de presión dentro de la práctica: recrear centros, tiros lejanos o
salidas en los que ya se equivocó, y repetir hasta que la acción deje de ser
amenaza para convertirse en rutina. Incluso hay dinámicas en las que se le
permite fallar varias veces seguidas con la indicación de continuar
inmediatamente, aprendiendo a soltar el error como parte del juego.
Muchos
porteros, además, desarrollan micro-rituales que funcionan como botones de
reinicio. Algunos golpean sus guantes, otros tocan los postes, otros hacen un
gesto hacia el cielo. Son rutinas aparentemente banales, pero en realidad son
anclas emocionales que les recuerdan que la siguiente jugada no tiene por qué
estar condicionada por la anterior. Lo importante es que cada arquero encuentre
su propio código personal, esa señal que le permite cortar el círculo vicioso
de la culpa.
La
psicología del error no se limita al individuo. Un error de portero también
pone a prueba al grupo entero. Si los defensas comienzan a mirar al arquero con
desconfianza, si el entrenador se desespera y si la tribuna multiplica la
presión, el equipo corre el riesgo de fracturarse. Por eso, el respaldo
inmediato de los compañeros es esencial. Cuando un defensa se acerca al portero
después de un fallo, lo levanta con una palmada y lo incluye de nuevo en el
partido, no solo ayuda a su compañero, sino que transmite un mensaje poderoso:
seguimos siendo un equipo, seguimos todos juntos.
El
discurso interno del grupo es otro factor decisivo. En lugar de señalar al
portero como culpable, el entrenador y los líderes deben recordar que los goles
encajados siempre son producto de una cadena: antes hubo un pase perdido, una
marca floja o una presión que no se ejecutó. La reunión posterior al partido
debe construirse desde la resiliencia y el análisis colectivo, no desde el
señalamiento individual. De esa manera, el error deja de convertirse en una
carga personal y se transforma en aprendizaje compartido.
El
caso de Kevin Mier encierra precisamente esa enseñanza. Sus errores han sido
visibles y comentados, pero también le han dado la oportunidad de construir
carácter. Ser portero de un club grande como Cruz Azul significa vivir bajo una
lupa constante. Cada atajada se celebra con euforia, pero cada error se
magnifica como si fuera definitivo. Ese entorno hostil puede destruir a un
jugador frágil, pero también puede forjar a uno más fuerte. El error, entonces,
se convierte en un espacio para crecer, no para rendirse.
En
última instancia, lo que define la carrera de un portero no es el número de
goles que recibe por equivocaciones puntuales, sino la capacidad de levantarse
cada vez que cae. Un arquero que aprende a resetearse en el momento, que
trabaja mentalmente en la semana y que cuenta con el respaldo de su equipo,
transforma los errores en cicatrices de experiencia. El marcador podrá
registrar un gol en contra, pero la mente del portero puede registrar algo más
profundo: la certeza de que incluso después del fracaso, la grandeza se
construye en la manera de levantarse.
El
error, en el fútbol, es inevitable. Lo que hace la diferencia es cómo se vive
después de él.
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