jueves, 25 de septiembre de 2025

Cuando el Error del Portero se Convierte en Marcador: Psicología y Resiliencia en el Fútbol


 En el fútbol todos los jugadores pueden equivocarse, pero no todos pagan el mismo precio. Un delantero que falla un mano a mano puede recibir otra oportunidad al minuto siguiente, un mediocampista que entrega mal un pase puede recuperarlo unos metros adelante, incluso un defensa que pierde la marca tiene compañeros detrás que lo cubren. El portero, en cambio, no tiene red de seguridad: cuando falla, el error suele terminar en gol. Su equivocación queda registrada no solo en el marcador, sino en la memoria colectiva de la afición, en los titulares de prensa y, sobre todo, en su propia mente.

Kevin Mier, portero de Cruz Azul, ha vivido esa experiencia. Algunos de sus errores puntuales se han convertido en goles en contra, generando un ruido mediático que no perdona. La crítica es inmediata, dura, y a menudo desproporcionada. Sin embargo, lo verdaderamente interesante no es detenerse en el señalamiento, sino comprender cómo un portero, en medio de ese torbellino emocional, puede manejar su error en la cancha, cómo puede trabajarlo en los entrenamientos, y cómo el grupo entero debe responder para que la herida no se extienda al rendimiento colectivo.

Cuando un portero comete un error en plena competencia, su primera reacción natural es la frustración: bajar la cabeza, recriminarse a sí mismo, incluso mirar al suelo buscando desaparecer. En ese instante se juega más que una jugada: se juega su capacidad de reaccionar psicológicamente. La diferencia entre un arquero que se hunde y otro que se repone está en la forma en que gestiona ese minuto posterior al fallo. Algunos respiran profundo, levantan la cabeza y se obligan a mantener el lenguaje corporal de confianza; otros utilizan frases cortas para sí mismos, casi imperceptibles, que funcionan como un reinicio: “voy por la siguiente”, “esto no me define”. El secreto está en no permitir que la mente siga atada al error, porque el partido no se detiene y el siguiente balón siempre llega. El reseteo mental es una herramienta indispensable: si el portero no la aplica, arriesga su concentración durante todo el encuentro.

Ahora bien, ese control no surge mágicamente en el estadio, sino que se entrena durante la semana. El trabajo psicológico en entrenamientos es tan importante como los ejercicios técnicos. No basta con repetir atajadas para perfeccionar el gesto, se debe entrenar también la mente para enfrentarse al recuerdo del error sin miedo. Los porteros que trabajan la visualización, por ejemplo, reviven mentalmente jugadas similares a las que fallaron, pero imaginando la respuesta correcta. El cerebro graba esas imágenes como experiencias reales y construye nuevas rutas de confianza. También es necesario exponer al arquero en situaciones de presión dentro de la práctica: recrear centros, tiros lejanos o salidas en los que ya se equivocó, y repetir hasta que la acción deje de ser amenaza para convertirse en rutina. Incluso hay dinámicas en las que se le permite fallar varias veces seguidas con la indicación de continuar inmediatamente, aprendiendo a soltar el error como parte del juego.

Muchos porteros, además, desarrollan micro-rituales que funcionan como botones de reinicio. Algunos golpean sus guantes, otros tocan los postes, otros hacen un gesto hacia el cielo. Son rutinas aparentemente banales, pero en realidad son anclas emocionales que les recuerdan que la siguiente jugada no tiene por qué estar condicionada por la anterior. Lo importante es que cada arquero encuentre su propio código personal, esa señal que le permite cortar el círculo vicioso de la culpa.

La psicología del error no se limita al individuo. Un error de portero también pone a prueba al grupo entero. Si los defensas comienzan a mirar al arquero con desconfianza, si el entrenador se desespera y si la tribuna multiplica la presión, el equipo corre el riesgo de fracturarse. Por eso, el respaldo inmediato de los compañeros es esencial. Cuando un defensa se acerca al portero después de un fallo, lo levanta con una palmada y lo incluye de nuevo en el partido, no solo ayuda a su compañero, sino que transmite un mensaje poderoso: seguimos siendo un equipo, seguimos todos juntos.

El discurso interno del grupo es otro factor decisivo. En lugar de señalar al portero como culpable, el entrenador y los líderes deben recordar que los goles encajados siempre son producto de una cadena: antes hubo un pase perdido, una marca floja o una presión que no se ejecutó. La reunión posterior al partido debe construirse desde la resiliencia y el análisis colectivo, no desde el señalamiento individual. De esa manera, el error deja de convertirse en una carga personal y se transforma en aprendizaje compartido.

El caso de Kevin Mier encierra precisamente esa enseñanza. Sus errores han sido visibles y comentados, pero también le han dado la oportunidad de construir carácter. Ser portero de un club grande como Cruz Azul significa vivir bajo una lupa constante. Cada atajada se celebra con euforia, pero cada error se magnifica como si fuera definitivo. Ese entorno hostil puede destruir a un jugador frágil, pero también puede forjar a uno más fuerte. El error, entonces, se convierte en un espacio para crecer, no para rendirse.

En última instancia, lo que define la carrera de un portero no es el número de goles que recibe por equivocaciones puntuales, sino la capacidad de levantarse cada vez que cae. Un arquero que aprende a resetearse en el momento, que trabaja mentalmente en la semana y que cuenta con el respaldo de su equipo, transforma los errores en cicatrices de experiencia. El marcador podrá registrar un gol en contra, pero la mente del portero puede registrar algo más profundo: la certeza de que incluso después del fracaso, la grandeza se construye en la manera de levantarse.

El error, en el fútbol, es inevitable. Lo que hace la diferencia es cómo se vive después de él.

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