jueves, 21 de agosto de 2025

Entre la Diversión y la Competencia: El Dilema Oculto del Alto Rendimiento

 

El deporte de alto rendimiento, con toda su exigencia, es un escenario donde conviven emociones contradictorias: la presión por competir y el deseo de disfrutar. Este choque ha sido interpretado durante décadas como una dicotomía irreconciliable: o el atleta se entrega al rigor competitivo hasta el sacrificio total, o privilegia el gozo del juego sin alcanzar la excelencia. Sin embargo, esta aparente contradicción podría ser un espejismo generado por nuestros propios sesgos cognitivos.

Caemos con facilidad en el sesgo del resultado, reduciendo el valor del deportista a si gana o pierde; ignoramos el proceso formativo que lo sostiene. También incurrimos en el sesgo de supervivencia, pues solemos estudiar solo a los campeones olímpicos o mundiales, sin mirar a quienes, con igual esfuerzo y talento, no llegaron al podio. Y, sobre todo, nos dejamos atrapar por el falso dilema: pensar que diversión y competencia son fuerzas opuestas, cuando en realidad pueden coexistir en tensión creativa.

El destacado entrenador y metodólogo Tadeus Kevka  lo expresó con claridad: “El verdadero secreto del atleta de excelencia no está en sacrificar la sonrisa por la victoria, sino en sostener la chispa del juego dentro del fuego de la competencia.”

La investigación científica lo respalda. De acuerdo con la Teoría de la Autodeterminación de Deci y Ryan (1985), los atletas que sostienen una motivación intrínseca —disfrutar el entrenamiento, aprender de los errores, perfeccionar la técnica— muestran mayor resiliencia, menor desgaste y carreras más largas. En contraste, quienes dependen exclusivamente de la motivación extrínseca —reconocimiento, dinero, medallas— tienden a sufrir mayor ansiedad, burnout y abandono prematuro.

Este hallazgo conecta directamente con la diferencia entre objetivos de proceso y objetivos de resultado.

* Los **objetivos de resultado** se centran en ganar: ser campeón, romper un récord, vencer al rival. Son visibles, atractivos y motivadores, pero en gran medida están fuera del control del atleta.

* Los **objetivos de proceso** se enfocan en aquello que el deportista controla: ejecutar correctamente la técnica, mantener la atención plena, regular la respiración bajo presión, sostener la actitud competitiva durante todo el encuentro.

Cuando el atleta orienta su mente al proceso, ocurren dos fenómenos clave:

1. **Disminuye la ansiedad competitiva**, porque deja de luchar contra factores externos que no controla (el rival, el clima, las decisiones arbitrales).

2. **Se incrementa la sensación de disfrute**, ya que cada entrenamiento y competencia se convierten en oportunidades de aprendizaje y autoexploración, no en juicios definitivos sobre su valor personal.

El dilema puede ilustrarse con una analogía sencilla: **el arco y su cuerda**.

* Una cuerda floja no dispara: representa al atleta que solo juega sin disciplina ni exigencia.

* Una cuerda demasiado tensa se rompe: es el deportista que vive únicamente para el resultado, atrapado en la presión.

* La excelencia surge en la **tensión justa**, cuando el arquero se concentra en el proceso de apuntar y soltar, no en la obsesión por ver la flecha ya clavada en el blanco.

Esta mirada no significa restar importancia a los logros. Al contrario, revaloriza la competencia, pero desde una base sostenible. Como ha mostrado **Csikszentmihalyi (1990)** en su teoría del *flow*, el estado óptimo de rendimiento aparece cuando los desafíos son altos pero las habilidades también, y el atleta está plenamente concentrado en la tarea, disfrutando el proceso. El resultado, en esos casos, suele llegar como consecuencia natural.

El dilema entre diversión y competencia en el deporte de alto rendimiento no es real, sino un producto de nuestra manera de pensar. La clave para resolverlo no está en elegir entre uno u otro, sino en **cambiar el enfoque de los objetivos**. Los **objetivos de resultado** son importantes porque dan dirección y sentido, pero deben convivir con los **objetivos de proceso**, que sostienen la motivación, reducen la ansiedad y preservan el gozo del juego. Solo así el deportista puede vivir la competencia como un espacio de crecimiento y no como una condena.

Como decía Viktor Frankl, *“quien tiene un porqué, soporta cualquier cómo”*. En el deporte, ese “porqué” no puede ser únicamente la medalla: debe ser también el disfrute del camino, la mejora diaria, la sensación de que cuerpo y mente entran en sincronía. La excelencia, entonces, no surge de la renuncia al juego ni del sacrificio ciego, sino de la armonía entre rigor y disfrute. Porque sin juego no hay grandeza, y sin grandeza, la victoria es solo una medalla vacía.


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