Lo Privado, lo Confidencial y el Silencio Ético del Psicólogo del Deporte

En la psicología del deporte hay un momento que se repite una y otra vez: el atleta se sienta, respira, mira al suelo, y después de unos segundos parece abrir una puerta que pocas personas conocen. En ese instante, el psicólogo atraviesa un umbral invisible y entra en un territorio que no pertenece al club, ni al entrenador, ni a la prensa, ni siquiera al equipo que lo acompaña diariamente. Entra a la vida personal del deportista, ese espacio íntimo donde viven sus miedos más primarios, sus heridas más viejas, sus secretos más silenciosos.

Ese territorio es lo privado. Y lo privado es sagrado. Se trata del lugar donde el atleta deja de ser atleta. Ahí es hijo, pareja, hermano, persona vulnerable, ser humano en estado puro. Ningún profesional debería caminar por ese espacio sin el cuidado reverente que se tiene al entrar a un templo. Y, sobre todo, nadie tiene derecho a sacar de ahí nada que no sea estrictamente necesario para su bienestar.

Hay otra puerta, distinta, que el deportista también abre, aunque esta pertenece a un mundo más técnico: el vestidor emocional. Ese espacio donde no habla de su vida personal, sino de su vida deportiva. Donde reconoce sus dudas antes de competir, su diálogo interno, la presión del entrenador, las tensiones con sus compañeros, su manera de enfrentar el error, el cansancio, la exigencia, la disciplina. Todo aquello que ocurre en la vida invisible del deporte.

Ese segundo territorio es lo confidencial. Y lo confidencial es un pacto.

A diferencia de lo privado, lo confidencial sí forma parte de la estructura del rendimiento, pero aun así pertenece al atleta. El club puede solicitar información, el entrenador puede pedir orientación, los directivos pueden exigir explicaciones, pero la información no es suya. Es del deportista. El psicólogo solo tiene permiso para abrir parte de esa puerta cuando el atleta lo autoriza y siempre con un propósito claro: mejorar su bienestar y su desempeño, nunca para entregar información por presión jerárquica ni para ganar protagonismo dentro de la institución.

Y es justo entre estas dos puertas —la privada y la confidencial— donde se revela la verdadera ética del psicólogo del deporte.

Muchos buscan en este campo prestigio, reconocimiento, visibilidad, o incluso la ilusión de convertirse en parte de la gloria del atleta. Algunos se toman la foto con el medallista, presumen haber sido “la clave mental” del campeonato o insinúan que sin su intervención el rendimiento no habría brillado tanto. En esos momentos, la ética se desvanece como un espejismo, y la profesión pierde su dignidad.

Porque la verdad, la verdad profunda que solo quien ha estado en la trinchera emocional del alto rendimiento conoce, es que el éxito nunca es del psicólogo.
El psicólogo no corre, no salta, no anota, no resiste el dolor físico del entrenamiento, no escucha los abucheos desde la tribuna, no carga con el peso del marcador cuando faltan segundos. El psicólogo acompaña, sí. Orienta. Ilumina. Sostiene. Ayuda a ver lo que el atleta no veía y a organizar lo que parecía desorden. Pero el triunfo es de quien compite.

Creer lo contrario es una forma elegante de arrogancia.

La ética del psicólogo del deporte vive en su silencio.
En saber lo que nadie más sabe y guardarlo.
En escuchar historias que jamás contarán en televisión.
En proteger lo privado y manejar con prudencia lo confidencial.
En estar presente sin robar reflectores.

En desaparecer cuando llega la victoria y aparecer cuando el atleta cae.

El mejor psicólogo del deporte es el que no presume, sino el que acompaña con humildad. Es el que entiende que el prestigio se construye no con medallas ajenas, sino con la confianza que un atleta deposita cuando abre la puerta de su mundo interior. No hay fama que valga más que ese acto silencioso de entrega emocional.

Por eso, lo privado y lo confidencial no son solo categorías técnicas. Son fronteras morales. Son las señales que separan al profesional ético del oportunista. Y son, sobre todo, el recordatorio de que el psicólogo del deporte, más que intervenir, debe honrar la vida del atleta: su vida humana, su vida profesional y sus logros que, aunque uno haya sido parte del proceso, jamás serán propios.

En un campo donde todos quieren contar historias, la ética invita a ser guardián de ellas. No protagonista.

 

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Cuando el Esfuerzo No Encuentra Rival: La Fortaleza Psicológica del Atleta sin Competencia


Hay momentos en el deporte donde el entrenamiento alcanza su punto más alto, donde el cuerpo está afinado como un instrumento de precisión y la mente se encuentra lista para el reto. Sin embargo, también existen instantes donde el escenario preparado con tanto esfuerzo se desvanece: los rivales no llegan, la competencia se suspende o simplemente no hay contrincantes en la categoría.
Este tipo de situaciones, tan poco comprendidas por el público, son una prueba psicológica más exigente que la competencia misma.

Así le ocurrió a Guadalupe Navarro, una destacada paraatleta mexicana que se preparó con toda la disciplina, la entrega y el amor al deporte que caracterizan a los verdaderos campeones. Durante meses entrenó con rigor para los Juegos Parapanamericanos de Chile, afinando cada detalle de su técnica, cuidando su alimentación, su descanso, su fortaleza mental. Soñaba con representar a México en la pista, en la línea de salida, frente a sus rivales. Pero el destino le presentó otro tipo de reto: no había competidoras en su categoría.

El silencio del estadio, sin el estruendo de la competencia esperada, se convierte entonces en un eco profundo dentro del atleta. No hay salida, no hay cronómetro, no hay medalla que simbolice la lucha. Lo que queda es el espejo interno, la conciencia de haber llegado al punto máximo del esfuerzo, aunque no haya testigos.

La psicología del alto rendimiento enseña que la motivación del deportista se construye en tres niveles: la motivación por logro, la motivación intrínseca y la trascendencia. Cuando las dos primeras se ven interrumpidas —porque no hay competencia ni reconocimiento—, la tercera, la trascendencia, se convierte en el refugio mental. Guadalupe Navarro tuvo que encontrar en sí misma la razón de su preparación. La competencia no se dio, pero su entrenamiento no fue en vano. El cuerpo, la mente y el espíritu se habían transformado. El reto ya no estaba frente a ella, sino dentro de ella.

El verdadero atleta aprende que el valor del esfuerzo no depende del aplauso ni del resultado, sino del crecimiento interior. En esas circunstancias, el psicólogo deportivo juega un papel esencial: debe acompañar al atleta para reconstruir el sentido del logro. Se trabaja el enfoque cognitivo de la experiencia, ayudando al deportista a resignificar la ausencia del rival. No fue tiempo perdido, fue una inversión en fortaleza mental, una prueba invisible de resistencia emocional.

No competir cuando se está listo genera una forma sutil de duelo psicológico. Hay pérdida: la pérdida de la expectativa, del momento cumbre, de la descarga emocional planeada. El cuerpo estaba preparado para el estrés y la adrenalina; al no encontrar salida, el organismo y la mente deben reorganizarse. La frustración puede aparecer disfrazada de calma, pero en el fondo hay una sensación de vacío. En el caso de Guadalupe, el manejo emocional fue clave. Se trató de reencauzar la energía de la competencia hacia la gratitud y el orgullo personal. La pregunta cambió de “¿Por qué no competí?” a “¿Qué me deja esta experiencia como atleta y como ser humano?”. Esa transición mental representa el paso de la reacción emocional a la madurez psicológica.

Muchos dirían que no hubo competencia, pero sí hubo victoria. Una victoria silenciosa, interna, profunda. La preparación no fue en vano: cada día de entrenamiento fortaleció su disciplina, su carácter, su mentalidad. Competir no siempre significa estar en la pista; a veces significa mantenerse firme ante lo inesperado, sin perder la esencia de atleta. El deporte adaptado, en particular, tiene una dimensión heroica: no solo se lucha contra rivales, sino contra limitaciones físicas, logísticas y estructurales. Cuando el entorno no ofrece las condiciones justas, el atleta debe crear su propio escenario mental de competencia. Imagina, visualiza, compite contra sí mismo. Guadalupe, como tantos paraatletas, nos enseña que el rendimiento verdadero no depende de los otros, sino del dominio personal.

El psicólogo deportivo, ante estos casos, debe orientar al atleta a comprender que la grandeza del rendimiento no se mide por la cantidad de rivales, sino por la calidad del compromiso consigo mismo. La preparación sin competencia visible se transforma en un símbolo de pureza deportiva: entrenar no por el premio, sino por el amor al proceso.

En el caso de Guadalupe Navarro, su historia no termina con la ausencia de rivales, sino con la afirmación de que su esfuerzo no fue en vano. Fue una lección para todos: la victoria no siempre brilla en el podio, a veces resplandece en el silencio de quien supo mantenerse fiel a su sueño, aunque no hubiera contrincantes que lo presenciaran.


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Los contratiempos del viaje: desafíos psicológicos en la competencia deportiva


 Viajar para competir no solo significa trasladarse de un punto a otro; implica abandonar la zona de confort, modificar rutinas y enfrentar lo desconocido. Para muchos deportistas, el viaje es la antesala del éxito, pero también puede convertirse en un obstáculo silencioso que erosiona la concentración, la calma y el equilibrio mental. En psicología del deporte, los contratiempos de viaje son considerados *factores externos de estrés competitivo*, capaces de afectar el rendimiento tanto físico como psicológico.

Los retrasos de vuelo, los cambios de clima, la desorganización en los horarios, la alimentación inadecuada o las habitaciones incómodas son solo algunos ejemplos de variables que alteran el estado psicológico de los atletas. Cuando el cuerpo y la mente se ven sometidos a estas alteraciones, se modifica el ritmo biológico y se activa una respuesta de estrés. *Reilly y Edwards (2007)*, en su estudio sobre el **“jet lag deportivo”**, demostraron que la fatiga del viaje puede disminuir la atención sostenida, la precisión motora y la estabilidad emocional hasta por 48 horas posteriores al traslado. Aunque no siempre haya diferencia de husos horarios, el solo hecho de interrumpir la rutina ya implica una pérdida de control que el deportista debe aprender a manejar.

A nivel mental, los contratiempos generan una sensación de incertidumbre que altera la **preparación psicológica previa a la competencia**. Un atleta que no logra dormir adecuadamente o que llega al lugar con tiempo reducido experimenta ansiedad anticipatoria, dificultad para concentrarse y un aumento de pensamientos negativos (“no descansé bien”, “esto me va a afectar en el partido”). La mente, al perder el sentido de previsibilidad, comienza a enfocarse en los problemas en lugar de las soluciones.

He podido observar este fenómeno en distintos contextos de competencia. En un campeonato nacional universitario, por ejemplo, un equipo femenino llegó al partido inaugural tras un viaje de más de 10 horas por carretera. La fatiga, el malestar físico y la falta de sueño se tradujeron en un inicio lento, con errores tácticos y poca comunicación entre jugadoras. Sin embargo, el equipo que mejor manejó el impacto mental de ese mismo viaje fue el que incorporó una rutina psicológica previa: ejercicios de respiración en el autobús, visualización grupal y reencuadre positivo de la situación. Terminaron siendo las campeonas del torneo. La diferencia no estuvo en la condición física, sino en la **adaptabilidad psicológica**.

Este concepto —la *capacidad de reajustarse mentalmente a lo inesperado sin perder la dirección ni la motivación*— se ha convertido en uno de los pilares del rendimiento moderno. En 2016, *Gould* subrayó que los atletas olímpicos con mayor éxito no eran los que enfrentaban menos obstáculos, sino aquellos que **aceptaban los factores incontrolables** y mantenían su atención en los elementos que sí podían regular. En términos psicológicos, esto se traduce en una fortaleza cognitiva: el control del pensamiento bajo condiciones adversas.

Ante los contratiempos del viaje, el trabajo del psicólogo deportivo debe centrarse en tres ejes principales:

1. **Preparación anticipatoria:**

   Se trata de entrenar al deportista no solo para el éxito, sino también para las dificultades. La visualización de escenarios alternativos —retrasos, cambios de hotel, fallas logísticas— reduce el impacto emocional de lo imprevisto. El atleta aprende a esperar lo inesperado, manteniendo su estabilidad mental.

2. **Autoregulación emocional:**

   Técnicas como la respiración diafragmática, la meditación breve o el *mindfulness* ayudan a conservar la calma durante los trayectos. Estas estrategias reducen la tensión muscular, equilibran la frecuencia cardiaca y favorecen una mente más clara y controlada.

3. **Reencuadre cognitivo:**

   Es fundamental transformar el contratiempo en oportunidad. El mensaje que debe interiorizar el deportista es: *“Si puedo rendir bien incluso con dificultades, mi mente se está fortaleciendo.”* Este cambio de enfoque convierte el problema en entrenamiento psicológico y refuerza la autoconfianza.

El entrenador y el psicólogo deportivo pueden colaborar para que los momentos de viaje sean espacios de entrenamiento mental. Escuchar música relajante, escribir pensamientos positivos o realizar ejercicios de visualización son estrategias que ayudan a mantener la conexión con el objetivo. La clave está en que el deportista no perciba el viaje como un periodo de pérdida, sino como una fase activa de preparación psicológica.

En conclusión, los contratiempos del viaje no deben verse como enemigos del rendimiento, sino como oportunidades para fortalecer la mente competitiva. Cada retraso, cada noche incómoda o cada cambio de plan representa una lección sobre flexibilidad, control emocional y foco. El deportista que aprende a mantener su mente firme en medio de la inestabilidad se convierte en un competidor más completo, más maduro y más resistente. Porque en el alto rendimiento, **la verdadera competencia comienza mucho antes del silbatazo inicial: empieza en la mente del viajero**.

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El “VAR a pedido”: una nueva dimensión psicológica en el fútbol moderno

 

En el Mundial Sub-20, la FIFA ha introducido una innovación tecnológica llamada Football Video Support (FVS), conocida popularmente como “VAR a pedido”. Este sistema permite que los directores técnicos soliciten la revisión de una jugada mediante una tarjeta verde, otorgándoles un número limitado de oportunidades para hacerlo. A diferencia del VAR tradicional —donde un equipo de video asiste automáticamente al árbitro—, el FVS traslada la iniciativa al entrenador. Esta transformación no sólo implica un cambio técnico, sino también una revolución psicológica en la forma en que se toman decisiones dentro del fútbol.

Desde el punto de vista psicológico, el FVS introduce una nueva carga cognitiva para el director técnico (DT). Debe decidir, bajo presión y con recursos limitados, si vale la pena solicitar la revisión. La investigación sobre la toma de decisiones en el deporte (Raab & Johnson, 2007) demuestra que los entrenadores suelen apoyarse en la intuición rápida (heurística del experto) cuando el tiempo es reducido. Sin embargo, el FVS exige combinar intuición con estrategia racional, lo que incrementa la tensión mental. Decidir cuándo usar la tarjeta puede definir un resultado, pero también puede significar perder una oportunidad crítica más adelante.

Además, esta herramienta altera la dinámica emocional del equipo. Cuando el DT levanta la tarjeta verde, comunica a sus jugadores un mensaje claro: “confío en ustedes y exijo justicia”. Según Bandura (1997), este tipo de acciones refuerzan la autoeficacia colectiva, es decir, la confianza grupal en la capacidad de superar obstáculos. Sin embargo, el mal uso del sistema —por ejemplo, pedir una revisión innecesaria o perder una apelación— puede generar frustración y disminuir la concentración. La psicología del deporte ha demostrado que la sensación de injusticia arbitral es una de las principales causas de desregulación emocional en los jugadores (Lane & Terry, 2000), por lo que el FVS puede convertirse tanto en un estabilizador emocional como en un detonante de ansiedad, dependiendo de cómo se gestione.

Desde la perspectiva arbitral, el FVS también reconfigura la percepción de control y autoridad. Los estudios sobre el VAR (Frontiers in Psychology, 2022) muestran que, aunque aumenta la precisión de las decisiones, también incrementa la presión percibida por los árbitros, quienes sienten que su juicio está constantemente bajo revisión. El FVS amplifica este efecto, ya que la revisión es activada públicamente por un entrenador, lo que añade un componente social y mediático a la decisión. En consecuencia, el árbitro debe sostener la calma, mantener la comunicación con el equipo de video y preservar su liderazgo emocional en el campo.

En el plano táctico y emocional, el FVS también puede alterar el estado de flujo (flow) del equipo. Csíkszentmihályi (1990) describió este estado como la experiencia óptima de concentración y disfrute durante la ejecución deportiva. Una revisión inoportuna puede interrumpirlo, rompiendo el ritmo del juego. Por ello, los entrenadores deben considerar el momento del partido, la intensidad emocional y el estado mental de los jugadores antes de activar el recurso.

A pesar de estos riesgos, el sistema ofrece beneficios psicológicos notables. Mejora la percepción de justicia, refuerza la confianza del grupo técnico y reduce el impacto de errores arbitrales sobre la motivación. El psicólogo deportivo debe acompañar al entrenador en la planificación mental del uso del FVS, entrenando la toma de decisiones bajo presión y la regulación emocional posterior al resultado de la revisión. La clave está en preparar tanto al cuerpo técnico como al equipo para asumir el sistema como una herramienta de apoyo, no como una garantía infalible.

En conclusión, el “VAR a pedido” o FVS representa más que una innovación tecnológica: es un nuevo desafío mental en el fútbol moderno. Exige equilibrio entre razón y emoción, intuición y estrategia, justicia y autocontrol. El éxito de este sistema dependerá no sólo de su precisión técnica, sino de la madurez psicológica con la que entrenadores, jugadores y árbitros aprendan a convivir con él. La tecnología puede revisar una jugada, pero sólo la mente entrenada puede mantener el control del juego.


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Cuando el Error del Portero se Convierte en Marcador: Psicología y Resiliencia en el Fútbol


 En el fútbol todos los jugadores pueden equivocarse, pero no todos pagan el mismo precio. Un delantero que falla un mano a mano puede recibir otra oportunidad al minuto siguiente, un mediocampista que entrega mal un pase puede recuperarlo unos metros adelante, incluso un defensa que pierde la marca tiene compañeros detrás que lo cubren. El portero, en cambio, no tiene red de seguridad: cuando falla, el error suele terminar en gol. Su equivocación queda registrada no solo en el marcador, sino en la memoria colectiva de la afición, en los titulares de prensa y, sobre todo, en su propia mente.

Kevin Mier, portero de Cruz Azul, ha vivido esa experiencia. Algunos de sus errores puntuales se han convertido en goles en contra, generando un ruido mediático que no perdona. La crítica es inmediata, dura, y a menudo desproporcionada. Sin embargo, lo verdaderamente interesante no es detenerse en el señalamiento, sino comprender cómo un portero, en medio de ese torbellino emocional, puede manejar su error en la cancha, cómo puede trabajarlo en los entrenamientos, y cómo el grupo entero debe responder para que la herida no se extienda al rendimiento colectivo.

Cuando un portero comete un error en plena competencia, su primera reacción natural es la frustración: bajar la cabeza, recriminarse a sí mismo, incluso mirar al suelo buscando desaparecer. En ese instante se juega más que una jugada: se juega su capacidad de reaccionar psicológicamente. La diferencia entre un arquero que se hunde y otro que se repone está en la forma en que gestiona ese minuto posterior al fallo. Algunos respiran profundo, levantan la cabeza y se obligan a mantener el lenguaje corporal de confianza; otros utilizan frases cortas para sí mismos, casi imperceptibles, que funcionan como un reinicio: “voy por la siguiente”, “esto no me define”. El secreto está en no permitir que la mente siga atada al error, porque el partido no se detiene y el siguiente balón siempre llega. El reseteo mental es una herramienta indispensable: si el portero no la aplica, arriesga su concentración durante todo el encuentro.

Ahora bien, ese control no surge mágicamente en el estadio, sino que se entrena durante la semana. El trabajo psicológico en entrenamientos es tan importante como los ejercicios técnicos. No basta con repetir atajadas para perfeccionar el gesto, se debe entrenar también la mente para enfrentarse al recuerdo del error sin miedo. Los porteros que trabajan la visualización, por ejemplo, reviven mentalmente jugadas similares a las que fallaron, pero imaginando la respuesta correcta. El cerebro graba esas imágenes como experiencias reales y construye nuevas rutas de confianza. También es necesario exponer al arquero en situaciones de presión dentro de la práctica: recrear centros, tiros lejanos o salidas en los que ya se equivocó, y repetir hasta que la acción deje de ser amenaza para convertirse en rutina. Incluso hay dinámicas en las que se le permite fallar varias veces seguidas con la indicación de continuar inmediatamente, aprendiendo a soltar el error como parte del juego.

Muchos porteros, además, desarrollan micro-rituales que funcionan como botones de reinicio. Algunos golpean sus guantes, otros tocan los postes, otros hacen un gesto hacia el cielo. Son rutinas aparentemente banales, pero en realidad son anclas emocionales que les recuerdan que la siguiente jugada no tiene por qué estar condicionada por la anterior. Lo importante es que cada arquero encuentre su propio código personal, esa señal que le permite cortar el círculo vicioso de la culpa.

La psicología del error no se limita al individuo. Un error de portero también pone a prueba al grupo entero. Si los defensas comienzan a mirar al arquero con desconfianza, si el entrenador se desespera y si la tribuna multiplica la presión, el equipo corre el riesgo de fracturarse. Por eso, el respaldo inmediato de los compañeros es esencial. Cuando un defensa se acerca al portero después de un fallo, lo levanta con una palmada y lo incluye de nuevo en el partido, no solo ayuda a su compañero, sino que transmite un mensaje poderoso: seguimos siendo un equipo, seguimos todos juntos.

El discurso interno del grupo es otro factor decisivo. En lugar de señalar al portero como culpable, el entrenador y los líderes deben recordar que los goles encajados siempre son producto de una cadena: antes hubo un pase perdido, una marca floja o una presión que no se ejecutó. La reunión posterior al partido debe construirse desde la resiliencia y el análisis colectivo, no desde el señalamiento individual. De esa manera, el error deja de convertirse en una carga personal y se transforma en aprendizaje compartido.

El caso de Kevin Mier encierra precisamente esa enseñanza. Sus errores han sido visibles y comentados, pero también le han dado la oportunidad de construir carácter. Ser portero de un club grande como Cruz Azul significa vivir bajo una lupa constante. Cada atajada se celebra con euforia, pero cada error se magnifica como si fuera definitivo. Ese entorno hostil puede destruir a un jugador frágil, pero también puede forjar a uno más fuerte. El error, entonces, se convierte en un espacio para crecer, no para rendirse.

En última instancia, lo que define la carrera de un portero no es el número de goles que recibe por equivocaciones puntuales, sino la capacidad de levantarse cada vez que cae. Un arquero que aprende a resetearse en el momento, que trabaja mentalmente en la semana y que cuenta con el respaldo de su equipo, transforma los errores en cicatrices de experiencia. El marcador podrá registrar un gol en contra, pero la mente del portero puede registrar algo más profundo: la certeza de que incluso después del fracaso, la grandeza se construye en la manera de levantarse.

El error, en el fútbol, es inevitable. Lo que hace la diferencia es cómo se vive después de él.

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Canelo Álvarez vs Crawford: La Derrota que se Forjó en la Mente


 

El boxeo, como toda disciplina de alto rendimiento, no solo se libra con los puños: se libra en la mente. En la última pelea entre Saúl “Canelo” Álvarez y Terence Crawford, el drama no estuvo únicamente en las combinaciones de golpes, sino en los silencios, las miradas y las emociones que fueron transformando a un campeón en un hombre atrapado en su propio laberinto psicológico.

Hasta el quinto asalto, el combate se mantenía parejo, pero en el round 6 apareció la grieta mental. Canelo comenzó a desesperarse al ver que sus golpes no dañaban a Crawford y, en lugar de escuchar a su esquina, buscó resolver por sí mismo. Desde ahí, cada asalto fue un descenso: en el 7, la frustración lo hizo errar más; en el 8, se desconectó de las instrucciones; en el 9, su ego exigía un nocaut imposible; en el 10, el contraste con la calma de Crawford lo quebró; en el 11, la resignación asomaba; y en el 12, ya no peleaba como campeón, sino como hombre herido que intentaba resistir el epílogo.
Como dijo Muhammad Ali: “Las peleas se ganan o se pierden lejos de las luces, en la mente, mucho antes de subir al ring.”

Perder no es solo ceder títulos; es desnudar la vulnerabilidad. La derrota significó la caída de todos los campeonatos, pero más aún, un golpe a la identidad. Nietzsche escribió: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo.” El problema para Canelo es que su “porqué” estaba atado a la imagen de invencible. Como profesional, siente la pérdida del reconocimiento; como deportista, la frustración de que la preparación no alcanzó; como persona, enfrenta el espejo más cruel: aceptar que la grandeza no es eterna.

Tras la tormenta, se abren tres caminos:

  1. Solicitar la revancha, arriesgándose a ser exhibido otra vez.
  2. Retirarse con la derrota, cargando con la herida abierta.
  3. Buscar otro rival, pero escuchando la crítica: “¿Por qué no enfrentar a quien te arrebató la corona?”

El psicólogo José María Buceta recuerda que “la verdadera victoria no está en ganar, sino en manejar con inteligencia la derrota.” Esa es ahora la batalla más difícil.

El público y la prensa se convierten en jueces implacables. Si pide revancha, arriesga la humillación; si la evita, arriesga el señalamiento de cobarde. Aquí la resiliencia se convierte en el único recurso: “El coraje no es la ausencia de desesperación, sino la capacidad de seguir adelante a pesar de ella,” escribió Rollo May.

La derrota ante Crawford no fue producto de un golpe devastador, sino de un desgaste mental progresivo desde el sexto round. La caída no borrará lo construido, pero sí pondrá a prueba la esencia del Canelo: ya no el mito, sino el hombre que debe decidir si se levanta, se reinventa o se despide. En el boxeo, como en la vida, la verdadera pelea siempre está dentro de uno mismo.

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La psicología de Renata Zarazúa: la mente que venció a una Top Ten

 

Nueva York. — En la catedral del tenis estadounidense, Renata Zarazúa, de 27 años, rompió una de las barreras más pesadas del deporte mexicano: derrotar a una Top Ten mundial. Su triunfo ante Madison Keys, sexta del ranking, con parciales de 6-7, 7-6 y 7-5 tras más de tres horas de batalla, no solo es un resultado histórico. Es, sobre todo, la muestra de que en el alto rendimiento la mente es el arma decisiva.

Porque la historia podría haber terminado en el primer set, cuando la mexicana cedió en un tiebreak que parecía inclinar el partido hacia la lógica del ranking. Sin embargo, la psicología competitiva de Zarazúa emergió como un factor diferenciador: no se derrumbó ante la adversidad, sino que la utilizó como combustible.

El segundo set fue un examen de paciencia y temple. Con la presión del público y la fuerza de una rival local, Zarazúa eligió la herramienta mental que distingue a los atletas de élite: la capacidad de sostenerse en el presente. Punto a punto, respiración tras respiración, no se dejó arrastrar por el error ni por la ansiedad del desenlace. Allí se vio la madurez de una deportista que entiende que el control interno es tan importante como la potencia de un saque o la precisión de un revés.

En el tercer set, con las piernas pesadas y el cansancio acumulado, apareció otro componente clave: la resiliencia psicológica. La mexicana convirtió el desgaste físico en un desafío mental. Mientras Keys mostraba signos de frustración, Zarazúa desplegó un lenguaje corporal firme, confiado, capaz de enviar un mensaje silencioso pero poderoso: “aquí sigo, no me voy a romper”.

Más allá del resultado, este partido obliga a la reflexión sobre el tenis y el deporte mexicano. Durante décadas, los atletas nacionales han convivido con la sombra del “casi”: llegar lejos, competir con dignidad, pero no dar ese salto que se escribe en la historia grande. Zarazúa acaba de demostrar que ese límite no es físico ni técnico, sino sobre todo mental.

Su victoria en Nueva York es una metáfora: México tiene talento, pero necesita entrenar la psicología de la excelencia. Porque el talento abre la puerta, pero es la mente la que sostiene el paso frente a la presión de la élite.

En la noche en que venció a Madison Keys, Renata Zarazúa no solo ganó un partido. Derribó una barrera cultural: la idea de que los mexicanos no pueden imponerse a las potencias en la cancha más grande. Con cada punto, con cada grito, dejó claro que la verdadera Top Ten no está en el ranking, sino en la mente que sabe resistir, creer y ejecutar en el momento decisivo.

 

Esa es la victoria más profunda.


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