Entre la Diversión y la Competencia: El Dilema Oculto del Alto Rendimiento
El
deporte de alto rendimiento, con toda su exigencia, es un escenario donde
conviven emociones contradictorias: la presión por competir y el deseo de
disfrutar. Este choque ha sido interpretado durante décadas como una dicotomía
irreconciliable: o el atleta se entrega al rigor competitivo hasta el
sacrificio total, o privilegia el gozo del juego sin alcanzar la excelencia.
Sin embargo, esta aparente contradicción podría ser un espejismo generado por
nuestros propios sesgos cognitivos.
Caemos
con facilidad en el sesgo del resultado, reduciendo el valor del deportista a
si gana o pierde; ignoramos el proceso formativo que lo sostiene. También
incurrimos en el sesgo de supervivencia, pues solemos estudiar solo a los
campeones olímpicos o mundiales, sin mirar a quienes, con igual esfuerzo y
talento, no llegaron al podio. Y, sobre todo, nos dejamos atrapar por el falso
dilema: pensar que diversión y competencia son fuerzas opuestas, cuando en
realidad pueden coexistir en tensión creativa.
El
destacado entrenador y metodólogo Tadeus Kevka lo expresó con claridad: “El verdadero secreto
del atleta de excelencia no está en sacrificar la sonrisa por la victoria, sino
en sostener la chispa del juego dentro del fuego de la competencia.”
La
investigación científica lo respalda. De acuerdo con la Teoría de la
Autodeterminación de Deci y Ryan (1985), los atletas que sostienen una motivación
intrínseca —disfrutar el entrenamiento, aprender de los errores, perfeccionar
la técnica— muestran mayor resiliencia, menor desgaste y carreras más largas.
En contraste, quienes dependen exclusivamente de la motivación extrínseca
—reconocimiento, dinero, medallas— tienden a sufrir mayor ansiedad, burnout y
abandono prematuro.
Este
hallazgo conecta directamente con la diferencia entre objetivos de proceso y
objetivos de resultado.
*
Los **objetivos de resultado** se centran en ganar: ser campeón, romper un
récord, vencer al rival. Son visibles, atractivos y motivadores, pero en gran
medida están fuera del control del atleta.
*
Los **objetivos de proceso** se enfocan en aquello que el deportista controla:
ejecutar correctamente la técnica, mantener la atención plena, regular la
respiración bajo presión, sostener la actitud competitiva durante todo el
encuentro.
Cuando
el atleta orienta su mente al proceso, ocurren dos fenómenos clave:
1.
**Disminuye la ansiedad competitiva**, porque deja de luchar contra factores
externos que no controla (el rival, el clima, las decisiones arbitrales).
2.
**Se incrementa la sensación de disfrute**, ya que cada entrenamiento y
competencia se convierten en oportunidades de aprendizaje y autoexploración, no
en juicios definitivos sobre su valor personal.
El
dilema puede ilustrarse con una analogía sencilla: **el arco y su cuerda**.
*
Una cuerda floja no dispara: representa al atleta que solo juega sin disciplina
ni exigencia.
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Una cuerda demasiado tensa se rompe: es el deportista que vive únicamente para
el resultado, atrapado en la presión.
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La excelencia surge en la **tensión justa**, cuando el arquero se concentra en
el proceso de apuntar y soltar, no en la obsesión por ver la flecha ya clavada
en el blanco.
Esta
mirada no significa restar importancia a los logros. Al contrario, revaloriza
la competencia, pero desde una base sostenible. Como ha mostrado
**Csikszentmihalyi (1990)** en su teoría del *flow*, el estado óptimo de
rendimiento aparece cuando los desafíos son altos pero las habilidades también,
y el atleta está plenamente concentrado en la tarea, disfrutando el proceso. El
resultado, en esos casos, suele llegar como consecuencia natural.
El
dilema entre diversión y competencia en el deporte de alto rendimiento no es
real, sino un producto de nuestra manera de pensar. La clave para resolverlo no
está en elegir entre uno u otro, sino en **cambiar el enfoque de los
objetivos**. Los **objetivos de resultado** son importantes porque dan
dirección y sentido, pero deben convivir con los **objetivos de proceso**, que
sostienen la motivación, reducen la ansiedad y preservan el gozo del juego.
Solo así el deportista puede vivir la competencia como un espacio de
crecimiento y no como una condena.
Como
decía Viktor Frankl, *“quien tiene un porqué, soporta cualquier cómo”*. En el
deporte, ese “porqué” no puede ser únicamente la medalla: debe ser también el
disfrute del camino, la mejora diaria, la sensación de que cuerpo y mente
entran en sincronía. La excelencia, entonces, no surge de la renuncia al juego
ni del sacrificio ciego, sino de la armonía entre rigor y disfrute. Porque sin
juego no hay grandeza, y sin grandeza, la victoria es solo una medalla vacía.