El Juego Mental de la Remontada: Trabajo Psicológico de Leones Negros en la Final de Ascenso

En el fútbol moderno, donde las diferencias físicas y tácticas son mínimas, la dimensión mental se convierte en el factor determinante para alcanzar el éxito. En una final de ascenso, donde las emociones están a flor de piel, la mente de los jugadores es el verdadero campo de batalla. Leones Negros, al ir perdiendo 2-1 frente a Tampico en el marcador global, necesita más que motivación: requiere un trabajo psicológico estructurado, profundo y estratégico que permita la remontada no solo desde lo táctico, sino desde la convicción interna de cada futbolista.

Estar abajo en el marcador en una final genera ansiedad, desesperación y temor al fracaso. Por ello, el primer paso del trabajo psicológico debe centrarse en el control emocional. El equipo debe asumir la presión no como un peso, sino como una oportunidad histórica. Técnicas como la respiración diafragmática entre jugadas, anclajes mentales positivos y rutinas preestablecidas de concentración deben estar incorporadas en cada jugador.

Ejemplo: El arquero, figura clave en los momentos de tensión, puede practicar una rutina de enfoque previo a cada saque de puerta, visualizando una atajada decisiva como ancla de confianza, y reforzando verbalmente con un "yo controlo mis acciones".

La motivación que nace del deseo de ascenso debe ser transformada en una causa compartida. No se trata de "ganar por mí", sino de "subir juntos". El entrenador y el psicólogo deportivo deben encender la identidad colectiva del equipo, recordándoles el camino recorrido, las adversidades superadas y lo que representa vestir la camiseta universitaria.

Ejemplo: Una charla emocional antes del partido, proyectando imágenes del equipo cuando estuvo al borde de la eliminación y logró revertir la situación, acompañada de frases de líderes como "Este grupo ya sabe cómo hacer historia", puede elevar el compromiso emocional de cada jugador.

La visualización es una herramienta psicológica poderosa. Leones Negros debe ensayar mentalmente el partido ideal: los movimientos sincronizados, el gol del empate, el festejo de la remontada. Este entrenamiento mental programa al cerebro para anticipar el éxito, no el fracaso. Ejemplo: Durante las concentraciones previas, cada jugador puede cerrar los ojos por cinco minutos, visualizar cómo se perfila para el pase clave, cómo recibe con seguridad, cómo festeja con sus compañeros el 2-2 y luego el 2-3 Ese ensayo mental construye confianza y reduce la incertidumbre.

Una distracción puede costar el ascenso. El trabajo psicológico debe entrenar a los jugadores para no anticipar el resultado final ni lamentarse por el marcador adverso. El enfoque debe ser jugada por jugada, minuto a minuto. Se requiere fortalecer la atención-concentración con ejercicios de mindfulness adaptados al deporte. El capitán puede aplicar una técnica llamada "reset", tocándose una muñequera con un color especial para regresar al presente cada vez que detecte pensamientos negativos o exceso de futuro en sus compañeros.

El trabajo psicológico también debe identificar a los líderes silenciosos del equipo: aquellos que contagian energía, serenidad o rebeldía deportiva. No siempre el liderazgo recae en el más veterano; a veces, un joven con mentalidad fuerte puede convertirse en el motor emocional del grupo. Ejemplo: Si el lateral derecho es un jugador que nunca baja los brazos y tiene buena comunicación, se le puede encomendar la tarea de levantar emocionalmente a sus compañeros después de una falta no marcada o un error defensivo, con frases como “nos toca responder, no quejarnos”.

El marcador 2-1 a favor de Tampico no define la serie: define el reto mental que Leones Negros debe superar. La preparación psicológica de este equipo debe estar orientada a dominar las emociones, elevar la motivación grupal, construir confianza a través de la visualización, mantener la atención absoluta en cada instante y consolidar liderazgos que dirijan desde adentro. En el fútbol, como en la vida, no gana el que no cae, sino el que sabe levantarse. Y para levantarse, se necesita una mente entrenada para la excelencia.

 

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Una Mente Fuerte Cría Otra Mente Fuerte: Homenaje a la Fuerza Silenciosa de las Madres


 

Hay una verdad que trasciende culturas, épocas y disciplinas: solo una mentalidad fuerte puede criar a otra mente fuerte. En el centro de esa verdad, inquebrantable e invisible a la vez, está la figura de la madre. No la madre idealizada, sino la real: la que lucha, cae, se levanta, educa, sueña por dos, y en su silencio moldea con firmeza la estructura emocional de quienes, algún día, aprenderán a enfrentar el mundo con dignidad, fortaleza y visión.

Las grandes historias de éxito, tanto en el deporte como en la vida, están llenas de mujeres que apostaron todo por sus hijos. No solo con sacrificios visibles, sino con decisiones invisibles que solo las madres saben tomar. Son ellas quienes siembran en sus hijos la primera semilla de la excelencia: la capacidad de levantarse cuando nadie los ve, de luchar incluso cuando nadie los aplaude.

Barack Obama dijo: “Lo que soy se lo debo a mi madre. Su fortaleza, su dignidad y su fe en mí fueron el fundamento de todo.” Y esta frase nos lleva a entender que detrás de cada mente resiliente, cada deportista que entrena bajo la lluvia o cada ser humano que enfrenta una pérdida sin rendirse, hay una madre que supo enseñar que el dolor no destruye, solo forma.

La madre es la primera entrenadora mental. Ella no solo alimenta el cuerpo, sino también el espíritu. Es quien enseña con ejemplos más que con palabras. Es quien dice "sigue adelante" mientras seca una lágrima. Es quien enseña a no huir del miedo, sino a mirarlo de frente. Como dijo la escritora Dorothy Canfield Fisher: “Una madre es una persona que al ver que solo hay cuatro piezas de pastel para cinco personas, dice que nunca le ha gustado el pastel.” Esa es la mentalidad de fortaleza: la que prioriza, enseña con amor y modela con coherencia.

En el deporte, los entrenadores hablan de disciplina, los psicólogos de resiliencia y los líderes de carácter. Pero muchas veces, esas cualidades fueron sembradas mucho antes, en la infancia, por una madre que no permitió que su hijo o hija se rindiera. Que enseñó que el respeto empieza en casa, que el talento sin valores no sirve, y que la grandeza nace en los detalles cotidianos.

Una madre con mentalidad fuerte no sobreprotege: guía. No resuelve por sus hijos: forma. No evita el dolor: enseña a trascenderlo. En el deporte de la vida, es la que da el primer pase, el primer consejo, el primer "yo creo en ti". Como dijo Carl Gustav Jung: “La mayor influencia en la vida de un niño es la vida no vivida de sus padres.” Por eso, una madre que trabaja en su propia fortaleza emocional, que se supera, que no se victimiza, sino que actúa, es el mejor legado que un hijo puede recibir.

En un mundo que busca fórmulas para el éxito, quizá la más profunda y olvidada es esta: criar con propósito. Y nadie lo hace mejor que una madre decidida a formar seres humanos íntegros. Porque cuando una madre se fortalece, su hijo crece en cimientos sólidos. Cuando una madre se educa, su hijo aprende a razonar. Y cuando una madre se ama, su hijo aprende a amarse a sí mismo, y eso, es la base de toda excelencia.

Este Día de las Madres, celebremos no solo a quienes nos dieron la vida, sino a quienes nos enseñaron a vivirla con fuerza, sentido y pasión. A esas mujeres que no necesitaron trofeos ni reflectores para ser campeonas. A ellas, todo honor.

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Las Cicatrices del Alma y la Vida, como en la Competencia merecen respeto.


 

La vida como en la competencia deportiva, con su ritmo impredecible, nos hiere. No con la intención de destruirnos, sino con la misteriosa misión de forjarnos. Cada herida que deja su marca en nuestro cuerpo o en nuestro espíritu no es simplemente un rastro del dolor pasado, sino la prueba viva de que hemos sobrevivido. Las cicatrices emocionales o fisicas, entonces, no deberían avergonzarnos. Al contrario, son medallas silenciosas que confirman que fuimos capaces de soportar lo insoportable y seguir adelante.

"Las cicatrices son la costura de la memoria", escribió Jeanette Winterson. Esta frase nos invita a mirar nuestras marcas internas no como defectos, sino como narraciones escritas en nuestra piel y en nuestra alma. No hay persona que no haya llorado, perdido, dudado o caído. Pero tampoco hay verdadera madurez sin haber atravesado esos pasajes oscuros. Nuestras cicatrices hablan de lo que nos rompió, pero también de lo que logramos reconstruir.

Hay quienes esconden sus cicatrices por miedo al juicio o a la tristeza. Pero es solo cuando abrazamos nuestra historia completa —con sus luces y sombras— que comenzamos a amarnos de forma íntegra. El verdadero amor propio no nace de la perfección o de los triunfos, sino de la aceptación. Como dijo Carl Jung: "No seremos transformados por la iluminación, sino al hacer consciente la oscuridad." Las cicatrices emocionales o fisicas son parte de esa oscuridad convertida en conciencia, y por lo tanto, en fortaleza.

El dolor, por más injusto que parezca, suele ser un maestro silencioso. A través de él aprendemos la paciencia, la compasión, la resiliencia y, sobre todo, la humanidad. Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto y autor de *El hombre en busca de sentido*, afirmaba que "el sufrimiento deja de ser sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido". En cada cicatriz puede haber un propósito: el de hacernos más sensibles, más conscientes, más vivos.

La cultura del bienestar nos empuja constantemente a mostrarnos bien, a ser exitosos y radiantes. Pero a veces, el mayor acto de valentía es mostrarse con todas las grietas, decir "esto también soy yo", y aun así amarse. Amarse con la herida abierta, con el recuerdo de lo que costó sanar. Como dijo Ernest Hemingway:"El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en esos lugares rotos."

No hay debilidad en quien ha llorado y se ha levantado. No hay vergüenza en quien ha perdido algo o a alguien y aun así continúa. Las cicatrices no piden lástima, exigen darnos  y pedir respeto. Porque en cada una de ellas hay un relato de supervivencia, un testimonio de que el alma, por rota que esté, sigue siendo digna de amor.

Hoy más que nunca, necesitamos una cultura que celebre las cicatrices. Que reconozca que sanar no siempre significa volver a ser como antes, sino convertirse en algo más fuerte, más auténtico, más compasivo. Y que el amor propio comienza cuando dejamos de desear ser otra persona u otro deportista u otro resultado competitivo, y empezamos a honrar al guerrero que fuimos para llegar hasta donde nos encontramos aquí en esta vida..

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